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lunes, 16 de julio de 2012

Fernando Prado exclama "porqué tanta dureza y crueldad?" al trato conferido por EM a los originarios orientales que con su valiente actitud la Novena Marcha, dejaron al descubierto el verdadero rosto del MAS incoherente y errático.


Nadie puede quedar insensible al ver a los indígenas del oriente en las calles de La Paz, recogiendo sus cositas regaladas por los generosos paceños, para regresar –no saben cómo– a su bosque, después de haber caminado 600 kilómetros para no ser ni siquiera recibidos por el Gobierno, por ese Gobierno que se declara indigenista, pero que no les ha invitado ni siquiera un vaso de api para combatir el frío, aunque sea por el simple hecho de ser gente necesitada.
Tanta dureza, tanta crueldad hacia su propio pueblo resulta incomprensible. Que un Gobierno, para llevar adelante un proyecto cuestionable, aplique a su propio pueblo un impresionante arsenal –violencia física y sicológica, etnocidio simbólico, denigración, chantaje, calumnia, el abierto y público soborno y la destrucción de sus organizaciones– al mismo tiempo y con una eficiencia y una saña que no se había visto ni en las peores dictaduras del pasado, nos hace pensar que aquí hay algo más que diferencias comprensibles sobre un proyecto.
Esa actitud agresiva y destructiva hacia los indígenas y sus organizaciones solo se puede explicar porque la defensa del Tipnis, sin quererlo, ha identificado una profunda contradicción en el Gobierno del MAS, entre su discurso y la realidad política: No vamos al socialismo, sino hacia el capitalismo desarrollista. Por su discurso, debía apoyar a los indígenas que defendían el vivir bien, la naturaleza y la tan discurseada ‘pachamama’, pero, por necesidad política, Evo Morales debía cumplir su compromiso con cocaleros y colonos, su más fuerte apoyo político, construyendo una carretera para su expansión, aunque la misma signifique un verdadero etnocidio a corto plazo.
 El Gobierno puso en los dos platos de la balanza el peso del apoyo político de cocaleros y colonos –pequeños burgueses y propietarios, por tanto en el marco de un proyecto capitalista/desarrollista– frente al peso de los pueblos indígenas del oriente, representantes de una sociedad comunitaria sin propiedad individual; obviamente estos últimos tienen muy poco que ofrecer, mientras que el otro bloque comparte completamente el desarrollismo occidental que, ahora descubrimos, es la verdadera ideología de los gobernantes.
Así las cosas, los indígenas del oriente y sus peligrosas ideas comunitarias y de la naturaleza se deben excluir a toda costa; se convierten en un peligro para el régimen, pero no porque sean golpistas, sino porque, sin quererlo, han puesto en evidencia una grave debilidad del Gobierno, y eso no se perdona. Estos indígenas no son solo disidentes u opositores; son un peligrosísimo enemigo que hay que destruir de raíz, y eso es lo que han estado haciendo, ante la mirada atónita de todo el país.
Al parecer, la violencia física, sicológica y verbal contra los indígenas del oriente pretende cubrir el profundo sentido de culpa que atormenta a los actores de un proyecto político que se desdibuja cada vez más de sus planteamientos iniciales, por los errores e incoherencias en los que incurre su dirigencia.
Lástima que los indígenas del oriente –hombres, mujeres y niños que ingenuamente se embarcaron en esta odisea– hayan tenido que pagar tan duramente lo que en realidad son culpas ajenas.

(*) Planificador urbano regional

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