Hace ya un par de décadas, un grupo de visionarios empresarios promovía
la idea de conectar los océanos Atlántico y Pacífico con un corredor
bioceánico que, por supuesto, tenía que atravesar el territorio nacional
en dirección este-oeste. No había por dónde perderse: si se considera
que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos, pues
resultaba difícil excluir a Bolivia de un proyecto que vinculara los
poderosos centros de producción de Brasil con los puertos del Pacífico,
pasando por el eje central boliviano.
Si bien ya se completó el
tramo carretero que faltaba de tan añorado corredor, ahora resulta que
tres países están llevando adelante un estudio de factibilidad para
construir el primer ferrocarril transoceánico que, curiosamente, hace
una especie de bypass al territorio boliviano. En efecto, Brasil y Perú,
con el apoyo de China –el principal destino de las exportaciones
brasileñas–, ya han acordado impulsar dicho proyecto, cuyo costo se
calcula en unos 10.000 millones de dólares.
¿Cómo se explica que
esas tres naciones estén dispuestas a trazar rieles por media selva
amazónica y Cordillera de los Andes, con un exceso de más de 1.000
kilómetros que si lo hicieran a través de Bolivia? Quizá busquen
desarrollar regiones deprimidas del norte de Brasil y del sur de Perú,
además del referido propósito de vinculación interoceánica, y, de ser
así, están en su pleno derecho de hacerlo. Lo preocupante sería que
hayan justificado la realización de ese trazado en semicírculo –en lugar
de línea recta– por el alto grado de conflictividad e inestabilidad que
representa el movimiento de productos y de personas por Bolivia.
Es
posible que nuestra fama de ser ‘país tranca’ haya tenido algo que ver
en tales determinaciones. De hecho, algunos empresarios, conocedores de
comercio exterior, han expresado su sorpresa de que ese primer tren
transoceánico no pase por Bolivia. Si bien nuestro país también lleva
adelante un estudio de factibilidad para otro proyecto bioceánico,
valdría la pena que se retomara el ímpetu de otras épocas para colocar a
Bolivia en el mapa de todo proyecto de integración continental. Debería
ser una política de Estado, secundada por los sectores exportadores del
país, la búsqueda de las vías más expeditas para llevar los productos
nacionales a los grandes mercados mundiales. No perdamos el tren.
Pongamos manos a la obra para posicionar la idea de que Bolivia es un
eslabón fundamental de esas iniciativas integradoras
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