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viernes, 24 de agosto de 2012

regimientos ecológicos serán otra rendición de militares al mandamás de turno para dominar a los indígenas de tierras bajas concluye Estremadoiro en jugosa rememoración del Colegio Militar


Recuerdo al general Armando Escóbar Uría, quien fue comandante del Colegio Militar de Ejército, cuando de cadete pensionista en Irpavi hice mi servicio militar y último año de secundaria. Al terminar la ordalía que según mi padre habría de hacerme hombre, el prusiano de albo cabello y botas de montar me instó a que siguiera la carrera, halagándome de que se requerían militares inteligentes. Decliné, tal vez porque ya tenía cicatriz de tres puntos en la cabeza, zurcidos sin anestesia por uno que quizá huyó de Auschwitz, a resultas de un pedregón que me tumbó inconsciente al bajar un cerro durante “chocolate” que no era de cacao.
Eran tiempos malos para la milicia. Ocurrían las picardías usuales, como darse un atracón a las dos de la mañana con el paquete de biscochos y cuñapé “abiscochao” de algún dormilón mostrenco oriental. Recuerdo cuadrillas para robar chanchos en Irpavi, que entonces era remoto lugar de chacras; sorteaban la parte menos heroica: para que el animal no chillase, se metía un dedo a su válvula posterior. Años más tarde, en un asado en La Paz trabé charla con un cadete; al recordar mis días de hambre lo insté a que se sirviese más, y me espetó que en su tiempo tenían acceso a suculento “rancho” de oficiales.
Reí con el anuncio presidencial de crear un regimiento ecológico para cuidar parques y reservas naturales, empezando por el Tipnis. Quedarán colgados de las patas la mayoría de los animales selváticos de sabrosa carne; los conscriptos comerán ceviche de peces que deberían crecer a dos metros. Pregunten a un oficial con mando de tropa en la selva, si parte de la rutina no es mandar cazadores y pescadores para poner carne de monte y pescado fresco en la mesa. Luego serían contratados para suplir exóticas carnes a boliches en Villa Tunari y Chimoré. Primero “urinas” y “jochi pintaos” que dejan huellas en sendas camino a las aguadas; después vendrían los “chancho’e’tropa”, fáciles de seguir por los claros de sus estampidas.
Más aún, los milicos cumplirían la proposición presidencial de convencer a las mujeres indígenas de la cirugía de corazón abierto al Tipnis, abriendo su pecho de coto a guata con motosierra: una carretera por el medio de la reserva natural. Son jóvenes y no todos casados; cuando llegan a remotos destinos se guían por el aforismo de que en la guerra “todo hueco es trinchera”. A la etnia “collakaré” de la unión de colonos collas con mozas yuracarés, se unirá la “milicomojeña”, de soldados y diosas de selva, fragantes de baño en río y pelo lustroso de aceite de motacú. ¿Serán sus hijos mestizos o “indígena, campesino-originarios”?
Me late que el regimiento ecológico de protectores de reservas naturales será como el notorio 7º de Caballería durante la conquista del Oeste estadounidense. Se encerraban en sus fuertes, hasta que llegaba reporte de un colono cocido a flechazos por algún indomable piel roja. Entonces salían a decimar viejos, mujeres y niños en correrías punitivas de indígenas. ¿Qué pasará cuando reporten a un cocalero del Polígono 7, linchado porque ebrio violó a una niña indígena del Tipnis?
Llegué a la carcajada con un alarde presidencial que engrosará sus notorias “evadas”. Evo “perfila una FFAA con nueva doctrina, respetada por el pueblo boliviano y temida por el imperio estadounidense”. Gracias a Dios que estos no son tiempos de diplomacia de cañoneras, y además, siendo país de danzas y petardos, no poseemos el estoicismo vietnamita. Aparte de unas risotadas, en algún despacho de EEUU no se discutirá cual portaviones situar en el mar frente a Arica, para disparar misiles y mandar sus aviones a bombardear La Paz. Con la venia chilena, claro, ¿acaso no cedieron espacio aéreo a los británicos en la Guerra de las Malvinas? Qué va, bastará la base militar que instalarán los gringos en el Chaco paraguayo.
Mi carcajada se redujo a sonrisa amarga pensando en el respeto boliviano a FFAA que siempre han perdido en mesa lo ganado en batalla. Que el general enemigo derrotado era masón y había que retornarlo a su país con armas y bagajes; que el desierto abrumaba y dejemos a su suerte al aliado; que sin caminos tardaron en llegar al teatro de operaciones; que los amigos “da onça”  vecinos forzaron la paz sin siquiera conceder a Bolivia alturas para un puerto viable. Son ejemplos de subordinación vergonzosa –o quizá lucrativa–  de jefes militares al poder político, como hoy en día son obedientes la Fiscalía, el Tribunal de Justicia, el Tribunal Constitucional, y los Órganos Legislativo y Judicial.
La última derrota en mesa de lo ganado en batalla fue la campaña de Ñancahuazú. Almorzando con camaradas que salieron subtenientes en 1965, victoriosos al derrotar a la guerrilla del Che tres años más tarde, percibí un río subterráneo de amargura recordando a los oficiales Amézaga, Saavedra, Ayala, Laredo, Velarde, y a la media centena de suboficiales, sargentos, dragoneantes y ‘repetes’ muertos en emboscadas guerrilleras, unos rematados como el herido cabo Calani y el sanitario Muriel que lo socorría, o el soldado Cruz asesinado por Inti Peredo con un disparo a quemarropa. La guerra es infierno, dicen, pero ninguno tendrá su retrato en el Palacio Quemado, como el Ché, hoy que la nueva ideología fuerza a la tropa boliviana a gritar  “Patria o muerte, venceremos”.
El regimiento ecológico será otra rendición de jefes militares al mandamás de turno, para dominar indígenas de tierras bajas.
De carayanas a milicos será el “proceso de cambio”.

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