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miércoles, 15 de enero de 2014

Los Tiempos ofrece una lección de periodismo honesto. no se pone al elogio del Dakar sin razonamientos. considera los aspectos turísticos y económicos y la efectiva respuesta en cuanto a incitar visitas a Bolivia, considera que se debe evaluar antes de incurrir en nuevos onerosos gastos.

Aunque aún faltan varias jornadas –las decisivas desde el punto de vista competitivo– para que la 36a versión del rally Dakar llegue a su fin, los aspectos de uno de los mayores espectáculos mediáticos del mundo actual que en verdad interesaban a Bolivia ya son asunto del pasado; y al parecer del futuro, pues las miradas de muchas autoridades del Gobierno nacional están puestas en la 37a versión, la que se correrá el próximo año.
Antes de tomar una decisión como ésa, bueno sería que se haga una evaluación objetiva, libre de prejuicios y apasionamientos, para ver si los beneficios que el paso por el territorio nacional de esta competencia deja justifican o no los múltiples costos que requiere.
Por ahora, lo único que está claro es que ha sido tanto el entusiasmo que ha ocasionado el fugaz paso de los competidores por las cercanías del Salar de Uyuni, tan enorme el despliegue propagandístico que lo acicateó y tan escasa la información fidedigna sobre la real relación entre los costos, los beneficios y los eventuales perjuicios que el rally Dakar habría traído consigo, que no es fácil realizar una evaluación objetiva.
Cualquier intento de evaluación se dificulta aún más si se considera que gran parte de los esfuerzos propagandísticos –que no han sido nada pequeños– se han dirigido precisamente a destacar los aspectos subjetivos del evento. No es casual por eso que términos como “orgullo”, “dignidad”, “identidad”, “sentimiento patriótico”, “unidad de los bolivianos”, “bolivianidad” hayan sido los más frecuentemente empleados por los organizadores y ensalzadores del paso del Dakar por Bolivia.
Desde ese punto de vista, y a juzgar por lo que indican las apariencias, el principal propósito de la inversión, la “elevación de la autoestima” de gobernantes y gobernados, habría sido ampliamente logrado.
Una somera revisión del impacto mediático alcanzado en el exterior, como contrapartida, daría sin duda resultados muy diferentes. Como es fácil constatar, el impacto publicitario a favor de la oferta turística de nuestro país fue menor de lo que cabía esperar, pues  la atención estuvo más bien concentrada en los aspectos deportivos de la competición.
Para hacer un balance de otros aspectos del asunto, como los tan anunciados beneficios para el sector turístico nacional, probablemente haga falta esperar que quienes más directamente involucrados están con la promoción y la prestación de servicios turísticos en nuestro país hagan su propia evaluación.
Mientras tanto, y antes de tomar posiciones y decisiones al calor de una euforia atribuible en gran medida a un inusitado despliegue propagandístico, lo más recomendable parece ser dejar que se despeje la euforia inicial, que se asiente el polvo de los caminos, y que se considere la posibilidad de buscar mejores y menos onerosas fórmulas para tratar la deficiente autoestima colectiva que, por lo visto, es un problema nacional que requiere urgente atención.

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