Un viaje a Buenos Aires en bus puede costar arriba de los 120 dólares desde Santa Cruz si es que se lo hace en una de las empresas argentinas que ofrecen el servicio. Si compra el boleto en una compañía boliviana le puede salir la mitad o menos, pese a que los vehículos son exactamente iguales. ¿Por qué tanta diferencia?
Hay muchos factores, empezando desde los conductores que viajan con choferes de relevo quienes, según las normas, no deben pasar frente al volante cierto número de horas. Los operarios argentinos no coquean mientras conducen, tampoco beben y son monitoreados mediante satélite para que no excedan los límites de velocidad y tampoco hagan paradas ilegales para llevar pasajeros adicionales, hecho que les puede complicar con el seguro. En estos buses no viajan comerciantes porque no les permiten llevar exceso de equipaje y tampoco se prestan a las coimas de los contrabandistas. Después de cada viaje cada vehículo es revisado minuciosamente, es higienizado y sometido a mantenimiento antes de partir nuevamente.
Todo eso implica un precio que normalmente las empresas bolivianas no están dispuestas a asumir aunque obviamente, las consecuencias suelen ser lapidarias, si observamos la cantidad de accidentes de ruta que se producen en nuestro país, producto de la imprudencia, de la falta de control y de la negligencia de los mismos pasajeros que no denuncian tantas irregularidades. Y no es por poner de ejemplo a los argentinos, pues este mismo comportamiento se observa en los buses brasileños, paraguayos y chilenos que atraviesan la frontera y en los que se puede observar lo lejos que estamos los bolivianos de alcanzar un servicio de transporte decente, perfectamente regulado y con estándares de seguridad confiables.
Hace unos días, el accidente de un bus boliviano en la ciudad de Arica, que provocó diez muertos y 41 heridos, dejó en evidencia la calidad de nuestro transporte, pues el vehículo estaba en pésimas condiciones técnicas y mecánicas, según lo reportó la policía chilena, que además observó que la unidad circulaba con exceso de velocidad y estaba sobrecargada de pasajeros y algo que es muy común en nuestro medio, donde se permite el viaje de personas paradas. Lo peor de todo es que la “flota” presentó fallas desde el momento de su partida por lo que demoró dos horas en salir. Llama la atención que esta irregularidad no haya llamado la atención de la Policía y de las autoridades que supuestamente verifican el servicio en cada una de las terminales bolivianas.
Según lo reportan las estadísticas del fin de año en materia de accidentes, esta vez el saldo ha sido particularmente trágico, pues sin contar las víctimas de Chile, otras trece personas han perdido en la vida en diferentes siniestros en el país y 71 han resultado con heridas. Este número excedente en casi un 90 por ciento a las cifras del año pasado, hecho que desnuda el laxamiento de los sistemas de control y supervisión.
Hace un par de años se produjo una ola similar de accidentes y las autoridades anunciaron leyes y decretos para poner orden y castigar a las empresas que no cumplan con las normas de seguridad. Habría que ver por qué no están funcionando. Es una cuestión de vida o muerte.
Hay muchos factores, empezando desde los conductores que viajan con choferes de relevo quienes, según las normas, no deben pasar frente al volante cierto número de horas. Los operarios argentinos no coquean mientras conducen, tampoco beben y son monitoreados mediante satélite para que no excedan los límites de velocidad y tampoco hagan paradas ilegales para llevar pasajeros adicionales, hecho que les puede complicar con el seguro. En estos buses no viajan comerciantes porque no les permiten llevar exceso de equipaje y tampoco se prestan a las coimas de los contrabandistas. Después de cada viaje cada vehículo es revisado minuciosamente, es higienizado y sometido a mantenimiento antes de partir nuevamente.
Todo eso implica un precio que normalmente las empresas bolivianas no están dispuestas a asumir aunque obviamente, las consecuencias suelen ser lapidarias, si observamos la cantidad de accidentes de ruta que se producen en nuestro país, producto de la imprudencia, de la falta de control y de la negligencia de los mismos pasajeros que no denuncian tantas irregularidades. Y no es por poner de ejemplo a los argentinos, pues este mismo comportamiento se observa en los buses brasileños, paraguayos y chilenos que atraviesan la frontera y en los que se puede observar lo lejos que estamos los bolivianos de alcanzar un servicio de transporte decente, perfectamente regulado y con estándares de seguridad confiables.
Hace unos días, el accidente de un bus boliviano en la ciudad de Arica, que provocó diez muertos y 41 heridos, dejó en evidencia la calidad de nuestro transporte, pues el vehículo estaba en pésimas condiciones técnicas y mecánicas, según lo reportó la policía chilena, que además observó que la unidad circulaba con exceso de velocidad y estaba sobrecargada de pasajeros y algo que es muy común en nuestro medio, donde se permite el viaje de personas paradas. Lo peor de todo es que la “flota” presentó fallas desde el momento de su partida por lo que demoró dos horas en salir. Llama la atención que esta irregularidad no haya llamado la atención de la Policía y de las autoridades que supuestamente verifican el servicio en cada una de las terminales bolivianas.
Según lo reportan las estadísticas del fin de año en materia de accidentes, esta vez el saldo ha sido particularmente trágico, pues sin contar las víctimas de Chile, otras trece personas han perdido en la vida en diferentes siniestros en el país y 71 han resultado con heridas. Este número excedente en casi un 90 por ciento a las cifras del año pasado, hecho que desnuda el laxamiento de los sistemas de control y supervisión.
Hace un par de años se produjo una ola similar de accidentes y las autoridades anunciaron leyes y decretos para poner orden y castigar a las empresas que no cumplan con las normas de seguridad. Habría que ver por qué no están funcionando. Es una cuestión de vida o muerte.
Hace unos días, el accidente de un bus boliviano en la ciudad de Arica, que provocó diez muertos y 41 heridos, dejó en evidencia la calidad de nuestro transporte, pues el vehículo estaba en pésimas condiciones técnicas y mecánicas, según lo reportó la policía chilena, que además observó que la unidad circulaba con exceso de velocidad y estaba sobrecargada de pasajeros.
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