Con el gas, a Bolivia podría pasarle lo que le ocurrió al niño que vendía empanadas en la puerta del estadio. Pasó un hombre e intentó comprárselas todas. “Y después qué voy a vender”, contestó el inocente chiquillo. El Gobierno no deja de propalar su entusiasmo con las reservas del Banco Central, con la plata que le llueve todos los días por el incremento de las exportaciones de hidrocarburos; por el aumento de las ventas a la Argentina, donde retribuyen con títulos honoris causa por docena.
Así de literal, porque literalmente también, Bolivia está “exprimiendo” a más no poder los pozos viejos, aquellos que descubrieron los neoliberales, los petroleros amigos de Goni, para venderle gas (y minerales) a los mismos capitalistas especuladores que siguen siendo los clientes del “proceso de cambio”. Hasta el momento la revolución, la nacionalización, el cambio, no han producido nada nuevo, ni un solo pozo y al ritmo que va la venta del patrimonio, las reservas se podrían agotar en los próximos cuatro años, según lo expresa el informe titulado “Diagnóstico del sector hidrocarburífero en Bolivia” dado a conocer por el exministro Álvaro Ríos.
El Gobierno lo sabe muy bien porque también se lo dijeron hace poco en un foro los empresarios petroleros. Si no hay inversión, se acaban el gas, las empanadas y también la inocencia del niño.
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