Una de las características más notables y deplorables de la manera como los bolivianos –gobernantes y gobernados– abordamos los problemas que más nos afligen es la tendencia a la distracción. Con mucha facilidad dedicamos durante cierto lapso toda nuestra atención a uno de los muchos problemas pendientes de la agenda nacional, pero sólo hasta que uno más importante, aunque sólo sea en apariencia, lo desplace a un plano secundario.
Es lo que ha estado ocurriendo durante las últimas semanas con motivo de la pugna entre quienes se resisten a dar vía libre a una carretera a través del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis), por una parte, y quienes contra viento y marea insisten en ejecutar ese proyecto sin reparar en costos políticos, económicos o ambientales, por otra. El asunto, por lo grave que es, ha monopolizado la atención colectiva relegando poco menos que al olvido a otros no menos urgentes.
Que así haya ocurrido es por demás comprensible si se considera lo mucho que está en juego en términos ecológicos, antropológicos, económicos y, lo que no es menos sino más importante, políticos y geopolíticos. Un somero cálculo de la magnitud de los intereses pecuniarios involucrados es además razón suficiente para que las partes involucradas concentren con tanto ahínco sus fuerzas y energías en el afán de hacer prevalecer sus respectivas posiciones.
Sin embargo, no por comprensible está bien que así sea, pues hay otros asuntos que no pueden ni deben ser soslayados y que también requieren atención urgente e inmediata.
Es el caso, por ejemplo, de las malas noticias que no dejan de provenir del sector energético nacional y que van pasando desapercibidas, opacadas por las que circunstancialmente acaparan la atención colectiva.
En circunstancias normales, la serie de traspiés que las autoridades del sector hidrocarburífero vienen dando, por lo dramáticas que son las consecuencias que tendrán para el futuro económico nacional, tendrían que ser merecedores de mucha más atención de la que están recibiendo y a sus protagonistas no tendría que serles tan fácil evadir las explicaciones correspondientes.
Es bien sabido que el tiempo corre en contra en lo que a los contratos vigentes con nuestros dos principales compradores, Brasil y Argentina, se refiere, pero nada se sabe de alguna medida que se esté adoptando para evitar que cuando se cumplan los inapelables plazos fijados por los cronogramas nuestro país se vea en muy serias dificultades.
En el caso de nuestros contratos con Argentina, el riesgo en ciernes consiste en que ese país ya tiene en sus manos la posibilidad de exigir que Bolivia cumpla con la provisión de los volúmenes comprometidos, so pena de pagar las muy cuantiosas multas y penalizaciones previstas por los contratos vigentes. Un somero cálculo aritmético debería ser suficiente para tomar consciencia de lo que eso puede significar para las cuentas del erario nacional.
Y ese es sólo uno, entre muchos ejemplos que se pueden citar, para recordar que no por haber sido desplazado de los principales espacios informativos el tema energético ha dejado de tener rasgos dramáticos.
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