Uno de los datos más impactantes del Censo 2012 está relacionado con el porcentaje de la población que accede a la red internet. Según los primeros cálculos, esta cifra bordeaba el 12 por ciento, sin embargo, en base a la encuesta nacional realizada en noviembre pasado ha podido evidenciar que solo el 9,45 de los hogares bolivianos tiene una conexión a la denominada “carretera de la información”, uno de los elementos más determinantes de la cultura moderna.
Los datos de Bolivia son alarmantes, pues se encuentran cuatro puntos por debajo del promedio de África, el más bajo del mundo y a 30 puntos porcentuales de la media latinoamericana que se encuentra equilibrada pues los números son casi idénticos al promedio de América del Sur.
La situación es aún más dramática si abordamos los datos de manera fragmentada. En Santa Cruz, por ejemplo, la penetración de internet alcanza al 15,79 por ciento, mientras que en Potosí, apenas el 3,12 por ciento de la población tiene acceso a la red.
Esta información no debería llamarnos la atención, después del debate que se ha instalado en Bolivia acerca de la manera cómo hemos encarado la revolución tecnológica. En los últimos años, organismos de la talla de la CEPAL han estado haciendo fuertes llamados de atención para que nuestro país elimine las barreras existentes y se abran las puertas a la sociedad del conocimiento, componente importante del desarrollo de los pueblos.
En diferentes ocasiones se ha observado que Bolivia tiene los precios más altos de conexión y uso de internet del mundo, pese a que la velocidad de navegación es una de las más bajas del planeta.
Aunque este diagnóstico tiene ya varios años y que las quejas han dado origen al nacimiento de organismos destinados a concienciar a la población y sus líderes sobre la importancia de ponerle remedio a este atraso, el Gobierno recién comienza a reaccionar con anuncios que prometen modernización de las redes y de la tecnología usada para la conexión, al mismo tiempo que se demanda mayor supervisión a las empresas prestadoras del servicio, pues se ha comprobado que la velocidad que promocionan en los anuncios no siempre son las que llegan a los dispositivos de los usuarios.
De acuerdo a un estudio de la Fundación Milenio, apenas el 1,16 por ciento de las personas que usan Internet en Bolivia acceden al sistema de banda ancha y el resto se conecta mediante módem, un método que ya no existe en gran parte del planeta. Lamentablemente esta información no fue requerida en el Censo, lo que refleja el desinterés de las autoridades por este tema, algo que se puede entender tomando en cuenta que el régimen político está llevando adelante un esquema tendente al aislamiento del país, en el que la circulación de la información tiende a ser muy restringida.
El acceso a la información y al conocimiento, no solo es hoy un factor decisivo a la hora de medir el grado de democratización de una sociedad, algo que desde ya es un factor de prosperidad, sino también mide el grado de potencialidad del desarrollo, por su gran impacto en la educación. Pero es obvio que estos elementos no son prioritarios para el “proceso de cambio”, absorto en otros aspectos que supuestamente nos conducirán a “vivir bien”. Hasta ahora nadie sabe cuál es el método.
Los datos de Bolivia son alarmantes, pues se encuentran cuatro puntos por debajo del promedio de África, el más bajo del mundo y a 30 puntos porcentuales de la media latinoamericana que se encuentra equilibrada pues los números son casi idénticos al promedio de América del Sur.
La situación es aún más dramática si abordamos los datos de manera fragmentada. En Santa Cruz, por ejemplo, la penetración de internet alcanza al 15,79 por ciento, mientras que en Potosí, apenas el 3,12 por ciento de la población tiene acceso a la red.
Esta información no debería llamarnos la atención, después del debate que se ha instalado en Bolivia acerca de la manera cómo hemos encarado la revolución tecnológica. En los últimos años, organismos de la talla de la CEPAL han estado haciendo fuertes llamados de atención para que nuestro país elimine las barreras existentes y se abran las puertas a la sociedad del conocimiento, componente importante del desarrollo de los pueblos.
En diferentes ocasiones se ha observado que Bolivia tiene los precios más altos de conexión y uso de internet del mundo, pese a que la velocidad de navegación es una de las más bajas del planeta.
Aunque este diagnóstico tiene ya varios años y que las quejas han dado origen al nacimiento de organismos destinados a concienciar a la población y sus líderes sobre la importancia de ponerle remedio a este atraso, el Gobierno recién comienza a reaccionar con anuncios que prometen modernización de las redes y de la tecnología usada para la conexión, al mismo tiempo que se demanda mayor supervisión a las empresas prestadoras del servicio, pues se ha comprobado que la velocidad que promocionan en los anuncios no siempre son las que llegan a los dispositivos de los usuarios.
De acuerdo a un estudio de la Fundación Milenio, apenas el 1,16 por ciento de las personas que usan Internet en Bolivia acceden al sistema de banda ancha y el resto se conecta mediante módem, un método que ya no existe en gran parte del planeta. Lamentablemente esta información no fue requerida en el Censo, lo que refleja el desinterés de las autoridades por este tema, algo que se puede entender tomando en cuenta que el régimen político está llevando adelante un esquema tendente al aislamiento del país, en el que la circulación de la información tiende a ser muy restringida.
El acceso a la información y al conocimiento, no solo es hoy un factor decisivo a la hora de medir el grado de democratización de una sociedad, algo que desde ya es un factor de prosperidad, sino también mide el grado de potencialidad del desarrollo, por su gran impacto en la educación. Pero es obvio que estos elementos no son prioritarios para el “proceso de cambio”, absorto en otros aspectos que supuestamente nos conducirán a “vivir bien”. Hasta ahora nadie sabe cuál es el método.
El acceso a la información y al conocimiento, no solo es hoy un factor decisivo a la hora de medir el grado de democratización de una sociedad, algo que desde ya es un factor de prosperidad, sino también mide el grado de potencialidad del desarrollo, por su gran impacto en la educación.
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