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miércoles, 7 de agosto de 2013

El autor sale en defensa de la tierra, condena el olvido y más aún la agresión del masismo en contra de la tierra y muestra las contradicciones del régimen en esta materia. LT

En una columna pasada ya expresé mi rechazo a la idea de que el planeta sea visto como un ente con vida y voluntad, acreedor de derechos que pudieran estar –como en alguna ocasión lo dijo el Presidente de Bolivia– por encima de los Derechos Humanos.
Manifesté, además, que la urgente necesidad humana por preservar un medio ambiente sano y cuidar especies y ecosistemas del planeta, no obedece al interés de ninguna entidad llamada “Madre Tierra”, sino a nuestra propia necesidad de sobrevivencia y salud como especie, puesto que necesitamos un planeta donde vivir de la mejor manera posible, y muchas especies de nuestro mundo podrían contener la clave de graves enfermedades presentes y futuras, por lo que destruir tanto el medio ambiente como a ellas, sería equivalente a destruirnos a nosotros mismos.
Los seres humanos tenemos el privilegio de poder aprovechar de todos los recursos de la tierra, pero esa posibilidad también conlleva la responsabilidad de cuidarla y preservarla, para nosotros mismos, por nuestro futuro y el de nuestros hijos.
Es por ello que no podemos admitir que la defensa del medio ambiente sea transformada en un mero discurso político; una perorata vacía, hipócrita y cínica, destinada solamente a cautivar electores, mientras que en los hechos llevamos adelante las más irracional explotación y destrucción de la naturaleza y sus bondades, actuales y potenciales.
Desde la forma estúpida de mutilar a los árboles cada invierno hasta la idea destructora de construir una carretera a través del corazón de una reserva natural, nuestros actos no coinciden en absoluto con discursos políticos gubernamentales y declaraciones constitucionales referidas a que somos respetuosos y armoniosos con la naturaleza.
Y no es por falta de recursos económicos ni por la ausencia de tecnología y conocimiento técnico. A estas alturas de la historia, el ser humano ha desarrollado la ciencia, la tecnología y la inventiva a extremos tales, que somos perfectamente capaces de encontrar soluciones que complementen la modernidad y el bienestar con la preservación de nuestra Tierra.
No, el problema no es de ausencia de recursos, sino de exceso de impostura e hipocresía. Igual que el discurso indigenista, nuestro Gobierno ha utilizado el pachamamismo como un símbolo, una marca para el mercado electoral, que no tiene la más mínima intención de asumir de manera auténtica.
Y no es sólo esa inefable carretera  que se pretende construir por el corazón del Tipnis, pudiéndosela hacer bordeando los límites del mismo, sino la contaminación y pérdida sin remedio de la laguna Alalay y el río Rocha en Cochabamba debido a la incompetencia de nuestras autoridades locales y departamentales, y a la falta absoluta de conciencia de la ciudadanía que no para de contaminarlas con escombros, basura y toda clase de deshechos.
Otro ejemplo son los ríos orureños, destruidos y contaminados por la actividad minera, que están comprometiendo seriamente la salud y el agua de todo un departamento, sólo porque nuestro Gobierno “pachamamista” no es capaz de imponer y hacer cumplir condiciones de responsabilidad ambiental a la minería, porque son sus aliados políticos.
Cada vez que veo a funcionarios de gobierno hablando de respeto a la “Madre Tierra”, me encuentro frente a mentirosos que cínicamente utilizan el discurso medioambiental mientras no mueven un dedo por transformarlo en hechos.
El autor es analista político
www.lizandrocolmos.com

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