La historia de Bolivia es agridulce, pero el sabor que siempre termina imponiéndose es amargo, como el que ahora permanece en la garganta de los potosinos, que se quedaron con el Cerro Rico lleno de agujeros y con la cantaleta de haber sido el ombligo del mundo, allá lejos y hace tiempo.
Ya hemos hablado en este espacio de los ciclos repetitivos de la minería que nos hacen pasar de príncipes a mendigos de la noche a la mañana y viceversa, aunque en el balance general es la miseria la que permanece intacta.
Ahora nos toca hablar del gas, el principal medio de sustento de los bolivianos, como lo dijo algún economista: “el que nos paga el salario”, aunque mejor expresado sería “renta”, como la de un jubilado, que no trabaja, que simplemente espera cada mes para recibir una paga que reconoce su esfuerzo del pasado. En el caso del gas, se trata de un sueldo que cobramos por lo que hizo la “Pachamama” en lo que nosotros no tenemos nada que ver.
Se trata del rentismo, que nos vuelve improductivos, cortoplacistas, imprevisores y por supuesto, irresponsables con el futuro del país y de las nuevas generaciones.
Los actuales gobernantes prometieron cambiar esa historia de vaivenes y de círculos viciosos perversos que nos mantienen en la miseria. Hablaron de industrializar las materias primas, de agregarle valor, de generar empleos alrededor de los recursos naturales y para que no falle la fórmula, incluyeron una cláusula en la Constitución Política del Estado que especifica muy bien que el mercado interno es prioritario a la hora de abastecerlo con gas, convencidos de que de esta manera se genera trabajo, producción y se puede salir del hoyo en el que nos mantiene la economía primaria. La garantía de toda esta estrategia era, por supuesto, la nacionalización de los hidrocarburos, con el fin de evitar que sean las petroleras transnacionales las que nos marquen el paso.
Los dueños del gas, o al menos quienes dicen serlo, están alborozados por la cantidad de ingresos que ha estado generando este recurso; vitorean los mercados que se han ampliado en Argentina y los nuevos que están por conquistarse en Paraguay o Uruguay; no dejan de ensalzar el incremento del volumen de producción, pero lamentablemente nadie quiere mencionar el trago amargo que comienza a aparecer.
Se ha pasado de 40 a 60 millones de metros cúbicos de gas y para el 2014 se está anunciando un tope de 70 millones de producción total. El presidente Morales acaba de poner en marcha un equipo de perforación para asegurar esa cantidad, pero lo que muy pocos afirman es que no se trata de un pozo nuevo (que venimos esperándolo desde el 2005), sino de viejos yacimientos a los que se está “exprimiendo” a más no poder para garantizar especialmente los mercados de exportación ya que las industrias nacionales, las cementeras, las productoras de cerámica e incluso muchos barrios a los que se les instalaron las cañerías, siguen esperando por el gas prometido y que se cumpla ese famoso artículo de la constitución.
En este momento nuestro principal recurso se encuentra ante una encrucijada. No solo está amenazado con un bajón de las reservas, mientras las petroleras extranjeras siguen negándose a invertir en buscar más, sino que otra vez estamos por consolidar la misma vocación exportadora de materias primas que ha marcado nuestra historia. Nos podría ocurrir lo mismo de los potosinos: sin industria, sin gas, sin plata y con el suelo totalmente perforado.
Ya hemos hablado en este espacio de los ciclos repetitivos de la minería que nos hacen pasar de príncipes a mendigos de la noche a la mañana y viceversa, aunque en el balance general es la miseria la que permanece intacta.
Ahora nos toca hablar del gas, el principal medio de sustento de los bolivianos, como lo dijo algún economista: “el que nos paga el salario”, aunque mejor expresado sería “renta”, como la de un jubilado, que no trabaja, que simplemente espera cada mes para recibir una paga que reconoce su esfuerzo del pasado. En el caso del gas, se trata de un sueldo que cobramos por lo que hizo la “Pachamama” en lo que nosotros no tenemos nada que ver.
Se trata del rentismo, que nos vuelve improductivos, cortoplacistas, imprevisores y por supuesto, irresponsables con el futuro del país y de las nuevas generaciones.
Los actuales gobernantes prometieron cambiar esa historia de vaivenes y de círculos viciosos perversos que nos mantienen en la miseria. Hablaron de industrializar las materias primas, de agregarle valor, de generar empleos alrededor de los recursos naturales y para que no falle la fórmula, incluyeron una cláusula en la Constitución Política del Estado que especifica muy bien que el mercado interno es prioritario a la hora de abastecerlo con gas, convencidos de que de esta manera se genera trabajo, producción y se puede salir del hoyo en el que nos mantiene la economía primaria. La garantía de toda esta estrategia era, por supuesto, la nacionalización de los hidrocarburos, con el fin de evitar que sean las petroleras transnacionales las que nos marquen el paso.
Los dueños del gas, o al menos quienes dicen serlo, están alborozados por la cantidad de ingresos que ha estado generando este recurso; vitorean los mercados que se han ampliado en Argentina y los nuevos que están por conquistarse en Paraguay o Uruguay; no dejan de ensalzar el incremento del volumen de producción, pero lamentablemente nadie quiere mencionar el trago amargo que comienza a aparecer.
Se ha pasado de 40 a 60 millones de metros cúbicos de gas y para el 2014 se está anunciando un tope de 70 millones de producción total. El presidente Morales acaba de poner en marcha un equipo de perforación para asegurar esa cantidad, pero lo que muy pocos afirman es que no se trata de un pozo nuevo (que venimos esperándolo desde el 2005), sino de viejos yacimientos a los que se está “exprimiendo” a más no poder para garantizar especialmente los mercados de exportación ya que las industrias nacionales, las cementeras, las productoras de cerámica e incluso muchos barrios a los que se les instalaron las cañerías, siguen esperando por el gas prometido y que se cumpla ese famoso artículo de la constitución.
En este momento nuestro principal recurso se encuentra ante una encrucijada. No solo está amenazado con un bajón de las reservas, mientras las petroleras extranjeras siguen negándose a invertir en buscar más, sino que otra vez estamos por consolidar la misma vocación exportadora de materias primas que ha marcado nuestra historia. Nos podría ocurrir lo mismo de los potosinos: sin industria, sin gas, sin plata y con el suelo totalmente perforado.
Los dueños del gas, o al menos quienes dicen serlo, están alborozados por la cantidad de ingresos que ha estado generando este recurso; vitorean los mercados que se han ampliado en Argentina y los nuevos que están por conquistarse en Paraguay o Uruguay; no dejan de ensalzar el incremento del volumen de producción.
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