Los intereses patriarcales a lo largo de la historia se han empeñado en invisibilizar o minimizar el protagonismo de las mujeres en las luchas por la transformación social, contra la injusticia y la intolerancia, empeño en el que muchas perdieron la vida.
En Bolivia, desde la restauración de la democracia, las mujeres decidieron salir del anonimato, ser visibles en el quehacer político, económico y social. Hoy muchas mujeres, desde los espacios que los hombres consideraban de su exclusivo dominio, demostrando fortaleza y valentía exigen justicia, transparencia en el manejo de la cosa pública, coherencia entre el discurso y la práctica de los que gobiernan y una democracia real que supere el ritual electoral, respete la disidencia y el Estado de Derecho. Estas mujeres se niegan a ser los floreros que adornan la mesa del poder, aunque también existen otras que engolosinadas con las migajas del banquete han perdido hasta su identidad y sin rubor alguno justifican públicamente las ofensas al género femenino.
Hoy vemos mujeres valientes embarcadas en una penosa marcha en defensa de su territorio, aquel sobre el que la Constitución Política del Estado les reconoce derechos; marcha que costó la vida a una madre de familia sin que esa pérdida haga mella en la soberbia de las autoridades.
Por otro lado, esposas de policías cansadas de estirar el mísero salario de sus maridos, han asumido la responsabilidad de echar su grito de protesta, exigiendo se nivelen los sueldos de la Policía a los de sus iguales del Ejército, no piden aumento salarial alguno, simplemente que el trato sea el mismo para la Policía y las Fuerzas Armadas. Demandan de las autoridades explicaciones del porqué de las diferencias.
No podemos dejar de mencionar a las dos concejalas asesinadas porque patriarcas ruines y cobardes vieron en ellas una amenaza para sus intereses. Juana Quispe, concejala de Ancoraimes y Daguimar Rivera, concejala de Guayaramerín, fueron víctimas de la misoginia y la corrupción, fórmula letal capaz de destruir cuántas vidas sean necesarias con tal de disciplinar las mujeres.
La forma como fueron asesinadas ambas concejalas es un claro mensaje de delincuentes incrustados en la administración pública para atemorizar a la ciudadanía que mira asqueada como campea la corrupción. Y lo peor de todo es que esos crímenes pueden quedar en la impunidad, pues las autoridades llamadas a investigar, procesar y sancionar, tendrán argumentos para prolongar indefinidamente las diligencias hasta que el malestar social calme y después de un tiempo todo quede como anécdota.
Nuestro reconocimiento y respeto a estas mujeres protagonistas.
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