Los alimentos escasean en los hogares, donde las familias comen una sola vez al día, los huesos de la vacas sirven para hacer la sopa hasta por una semana, el hambre se pasea por varios recovecos y se mete por cada rincón de esas casas pobres que han proliferado como hongos en diferentes zonas de la pujante ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Los que sufren este fenómeno temen que sea sólo la antesala de una crisis de alimentos de la que ya se habla en diferentes partes del mundo. Diversas fundaciones que hicieron estudios sobre el nivel de pobreza en la urbe cruceña concuerdan con que los distritos 7, 8 y 11, que comprenden el Plan Tres Mil, la Villa Primero de Mayo y Los Lotes, respectivamente, son los más vulnerables a la pobreza y que para pasar de la falta de recursos al padecimiento del hambre hay una línea muy delgada. En un recorrido que hizo EL DEBER se comprobó que el hambre muerde en cada rincón de la urbe. Incluso en pleno casco viejo de la ciudad hay alguien sentado en alguna esquina que soporta su existencia con el estómago vacío desde hace varios días. En Los Lotes, esa zona a la que muchos la llaman el barrio dormitorio, porque sus habitantes salen por la mañana y retornan por la noche, después de haber dejado media vida en algún trabajo, el hambre forma parte de ellos. En el mercadito del barrio, las caseras que venden verduras dicen que cada vez la gente compra menos y, por lo general, no lo hacen por kilos, sino que prefieren llevarse tomate, cebolla o cualquier otro alimento por cuarto de kilo. A diez kilómetros de ahí, en El Mesón, doña Gregoria Lijerón (70) está parada junto a una olla negra que hierve encima de una brasa que también sirve para que su perra, Loba, se caliente el lomo. Era martes y ella estaba cocinando una sopa de arroz. “Sin carne”, especifica, porque ese alimento se le acabó hace 15 días. Pero la naturaleza es sabia con ella y con su esposo, que también tiene 70 años. “Por suerte”, dice, nuestro cuerpo ya no nos pide cenar y con la comida del mediodía nos basta. En un cuarto de madera y hule del barrio Samaria, por la zona sur de la ciudad, Cristina Colque tiene miedo despertar cada día porque sabe que sus dos hijos podrán disimular su hambre en el desayuno, pero no a la hora del amuerzo. Es que antes, según cuenta, con Bs 100 compraba los alimentos para toda la semana, ahora necesitaría Bs 500, y no los tiene.
Autoproducción, la solución¿Cuál es la solución a la falta de alimentos? Juan Manuel Martínez, experto mexicano en producir alimentos de consumo masivo a través del método de consumo biointensivo, dice que la clave está en incentivar a los pequeños productores e incluso en hacer que cada familia pueda generar la materia prima para su comida. La ventaja de la autoproducción, afirma, es que se lo puede hacer sin maquinaria y sin fertilizantes ni plaguicidas químicos, exige poco esfuerzo físico. En el mercado Abasto se puede percibir que gran parte de los alimentos que se consumen en la ciudad son el fruto del trabajo de pequeños y medianos campesinos, quienes aún no fueron tentados por la posibilidad de exportar.
Los más pobres
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