La Reforma Agraria boliviana, cuyo histórico decreto fue firmado en imponente acto de masas hace 56 años en los campos de María Barzola, estableció 50.000 hectáreas de tierra como tenencia máxima individual o colectiva.
Con el lema revolucionario “la tierra es para quien la trabaja”, fue una de las reformas más radicales de América Latina, luego de la de Cuba y México.La reforma boliviana, empero, no estableció la cantidad mínima ni la forma de producción dominante de la estructura de poder emergente, concentrando la acción revolucionaria en el ‘reparto propietario’, sobre todo en la Bolivia andina.Esta característica explica la tenencia ‘multifragmentaria’ de la tierra en occidente, donde surgió la figura del ‘minifundio’, el ‘surcofundio’ y contemporáneamente el ‘mini-surco-fundio’, cuya extensión promedio no pasa de los 400 metros cuadrados, propiedad obtenida como herencia de sus padres, los campesinos revolucionarios de 1952.La economía agraria de la época se colapsó al destruirse violentamente las haciendas y los fundos en plena producción tanto en el altiplano como en los valles centrales de Cochabamba.
No aconteció lo mismo en el oriente.El desplazamiento de cientos de miles de campesinos de los departamentos del interior y la dotación de parcelas individuales, primero en el área de expansión del Norte Integrado y luego en las tierras bajas y los valles mesotérmicos, selló para siempre el éxito de la reforma en el oriente.No sólo había tierra en abundancia para los ‘colonizadores’ que se establecieron de manera definitiva y se dedicaron al cultivo de la tierra, junto a campesinos lugareños, sino también la presencia notoria de una clase media urbana que esperó durante tres siglos una oportunidad histórica para desarrollar su vocación agropecuaria y productora.
Lo demás es historia conocida.Surgió así la agricultura comercial en el oriente, que conquistó la autosuficiencia alimentaria nacional e ingresó con buen pie a competir en los mercados de exportación.Hasta que llegó la ‘revolución agraria’ del Gobierno del MAS, con el despliegue mediático de los 80 tractores de sello industrial iraní ensamblados en Venezuela y ‘repartidos’, de manera irregular, a campesinos fieles al régimen en sendos negociados que fueron el preludio de la orgía de corrupción que se conoce hoy.La revolución agraria del MAS pretende ahora ejecutarse, medio siglo después, mediante la aplicación de una normativa tramposa como la FES –función económica y social– para revertir tierras en producción bajo acusaciones pueriles de ‘formas serviles’ y ‘esclavistas’ de trabajo.Han empezado a escucharse tambores de guerra. Los ganaderos del sur han proclamado ya la ‘resistencia civil’. Ahora el Gobierno tendrá que convencer a los mandos militares y oficiales de las Fuerzas Armadas a ‘tomar por asalto’ y ‘revertir por la fuerza de las armas’ los predios ganaderos en producción.De producirse aquello, se podría encender, con una chispa, la pradera sur del país. (en efecto en los Campos de María Barzola se firmó la nacionalización mientras la Reforma Agraria se firmó en Ucureña. El artículo es de la autoría de Guillermo Capobianco y está transcrito de El Deber.SC)
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