No debería ser motivo de preocupación la advertencia que hizo el gobierno argentino de comprar gas a Chile en caso de que Bolivia no tenga la capacidad de proveerle cuotas adicionales durante la temporada invernal, que incrementa el consumo del energético y que además se vuelve la única alternativa para paliar la disminución de la oferta de las plantas hidroeléctricas por la disminución de las lluvias.
Hace años que Chile se ha vuelto un proveedor de emergencia en Sudamérica, pues el país vecino tiene experiencia acumulada en la recepción y reexportación de Gas Natural Líquido (LNG), precisamente desde que Bolivia impuso la polémica estrategia “ni una sola molécula de gas a los chilenos”, que además de frenar en seco la industria gasífera nacional, la sumergió en un lento deterioro cuyas consecuencias comienzan a generar preocupación.
En ciertos momentos de escasez en Chile y Argentina, Bolivia se convertía en un proveedor de ambas naciones, pues los rioplatenses le revendían nuestro gas a los chilenos, que paradójicamente ahora se han vuelto competidores de Bolivia, no sólo en las temporadas invernales, pues no hace mucho Buenos Aires transmitió una queja por incumplimiento de los cupos contratados, reclamo que vino acompañado de una multa que disparó las alarmas sobre la real situación que enfrenta la industria energética nacional.
Lo preocupante no sólo es que comience a cundir la desconfianza de Bolivia como proveedor internacional de gas, sino que también se ponga en duda la capacidad de abastecer sus propios emprendimientos, pues en el más reciente pronunciamiento de Argentina, se pone en tela de juicio los proyectos de generación de energía eléctrica que tienen a los argentinos como potenciales y casi seguros clientes.
Lamentablemente Bolivia no tiene muy buenos antecedentes en el abastecimiento del mercado interno. Todos conocen lo que pasó con el proyecto del Mutún, que tal vez se quede trunco para siempre, de continuar la lógica actual y especialmente el manejo que hace la petrolera estatal, donde los aspectos técnicos y estratégicos no son la prioridad. Al proyecto siderúrgico de la frontera con Brasil hay que agregarle la postergación de las empresas cementeras y numerosos emprendimientos que debieron aplazarse ante la imposibilidad de contar con la provisión de gas.
Después de esos tropezones, no cabe duda que el Gobierno hizo grandes esfuerzos por incrementar el mercado interno y se ha conseguido quintuplicar el consumo desde el año 2006, fenómeno que se ha convertido en un arma de doble filo, pues los expertos dudan de la capacidad de nuestra industria de mantener el ritmo de alimentación de esa demanda que podría alcanzar los 25 millones de metros cúbicos diarios una cifra similar a la que nos compra Brasil.
En todo este cuadro desalentador fue determinante la caída de los precios, que han desincentivado las inversiones en exploración de hidrocarburos. Por desgracia, este factor que afecta a todo el mundo, no ha sido el único que desestabilizó las cosas en Bolivia. Todo empezó con el fracaso de la nacionalización, cuyo indicador más importante es la serie de escándalos y errores cometidos alrededor del negocio gasífero boliviano.
Todo empezó con el fracaso de la nacionalización, cuyo indicador más importante es la serie de escándalos y errores cometidos alrededor del negocio gasífero boliviano.
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