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domingo, 2 de marzo de 2014

Roger Cortés, nos ofrece una lección pedagógica del fenómeno de las aguas en Bolivia, cómo actúa el sistema colector y su lentísimo desfogue como un embudo, taponado a la salida por las megarepresas brasileñas que actúan como un tapón para refluir el caudal y convertir al Beni y su entorno en un recipiente destructor.

Ahora que las aguas de las inundaciones en el departamento de Beni comienzan a bajar, cuando también bajan las tensiones y comprensibles preocupaciones por las emergencias, pero antes de que desaparezcan del todo, quizá es el momento para compartir algunas reflexiones en torno a la naturaleza y sobre todo, a las perspectivas de las mismas.
Una manera simple de describir el sistema fluvial de esa región es compararlo con un embudo: toda el agua que recibe por su ancha boca de entrada, sale por un único y angosto conducto. La entrada a este embudo abarca, diametralmente, todo el ancho del territorio boliviano. Desde el Iténez en la frontera con Brasil hasta el Madre de Dios que viene de Perú, con el Mamoré y el Beni por el centro. Es aquí donde se generan y colectan las aguas para todo este sistema. En el centro de ella está la vertiente amazónica de la cordillera. Es bien conocido el hecho de que esta es una de las regiones más lluviosas del mundo, capaz de generar la inmensa masa de agua que baja hacia los ríos Mamoré y Beni e inunda las llanuras benianas.
En el otro extremo de este sistema, en la parte angosta del embudo, está el río Madera. Con la sola excepción del río Acre, toda la cuenca amazónica boliviana, que cubre aproximadamente el 70 por ciento del territorio nacional, confluye unívocamente en él. Es la salida para las aguas de este sistema en Bolivia. Todo lo que se colecta en su amplia entrada, sale únicamente por este río.
Este sistema está siendo alterado tanto en la entrada como en la salida. En la entrada porque se está afectando severamente la cobertura natural de las laderas andinas. Estos, y los del pie de la misma, actúan como reguladores de las aguas que bajan por centenares, sino miles de arroyos y pequeños ríos. Absorben buena parte del agua de lluvia y disminuyen la velocidad de los torrentes. Frenan, se diría, en buen grado, su impetuoso cause, que baja por las laderas y llega a los llanos benianos.
Destruir estos bosques por efecto de la expansión de la frontera agrícola, implica aumentar la velocidad de esas aguas en su descenso hacia los llanos. Más aún, si la frontera agrícola de Cochabamba se expandiese a los territorios al norte del Tipnis, incluyendo aquellos que están al sur de la carretera entre San Ignacio y San Borja, en el supuesto de que constituyen una alternativa al agobio de la dependencia de la agricultura cruceña para el desarrollo agropecuario cochabambino, especialmente en lo que hace al sector avícola, no se lograría otra cosa que incrementar el flujo de las aguas. (Por lo demás, este también puede ser el momento de ir y ver esos territorios y considerar detenidamente la perspectiva de un desarrollo agrícola a gran escala en ellos: están también inundados).
A lo anterior debe añadirse el incremento de las lluvias por acción del cambio climático que afecta a todo el planeta. Lo hemos visto este año. Ya no es una hipótesis. Entonces tendremos más agua y a mayor velocidad en la entrada del embudo. Y por si esto fuera poco, en su única salida se construyen represas sobre el río Madera que, por decir lo menos, dificultan y retardan el flujo normal de las aguas, de por si lento por la extrema horizontalidad de esas regiones. La ecuación es simple: más agua en la entrada y un tapón en la salida. El equilibrio se rompe, el embudo deja de serlo y se convierte en un recipiente. El futuro es previsible.
Quizá este es el momento de meditar sobre estas implicaciones, antes de que, junto a las urgentes acciones del presente, sean arrastradas por las aguas, como cada año, hacia el olvido.

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