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miércoles, 4 de agosto de 2010

Ser indígena en Bolivia ¿qué cambió? Hace apenas unos días cientos de dirigentes de los pueblos originarios del oriente abandonaron la marcha hacia La Paz y volvieron a sus comunidades humillados, mascullando su desengaño con un régimen que los usó para adornar sus leyes y su Constitución pero que ahora los llama “buscapegas”, por exigir el cumplimiento de esas normas. La falsa inclusión que ha enarbolado un Gobierno que se hace llamar indigenista, los condena a seguir siendo los exponentes de los índices más bajos de pobreza, marginalidad, salud y analfabetismo, indicadores que, entres las mujeres y los niños nativos son aún más calamitosos.
Por cosas del destino o por razones que nadie puede explicar, los indígenas bolivianos no están dando la mejor imagen ante el mundo que espera justamente que un Evo Morales en el poder, se traduzca en mejor calidad de vida para millones de individuos que han estado aguardando pacientes por cientos de años, la atención de las élites políticas, intelectuales y económicas de Bolivia.
Y la mala imagen la dan unos indígenas del norte potosino que matan policías y se declaran protectores del contrabando; un “sabio” aymara que consagra al Presidente en Tiahuanacu y que en el patio de su casa fabrica cocaína para unos colombianos; un senador que organiza milicias, que amedrenta a toda una ciudad y que, insulso de borracho, choca su auto y es llevado a la Policía. Eso nos recuerda mucho el triste espectáculo que brindó el ex ministro Abel Mamani y posteriormente su colega y candidato a gobernador de La Paz, Félix Patzi. A los indígenas se los ha visto amedrentando a indígenas, tal como sucedió en la toma de la vivienda del ex vicepresidente Víctor Hugo Cárdenas; degollando perros para meter miedo y generar una imagen satánica de sí mismos por pedido de un mandatario; acarreados como borregos a cuanto cerco, movilización o acto de violencia ha utilizado el régimen para acumular poder y aplastar a sus enemigos; los indígenas han sido carne de cañón en Caranavi, en Cochabamba y en Huanuni; han sido el hazmerreír cuando se los ubicó en cargos de alta jerarquía sin una preparación para ejercer esas funciones y tal vez por eso, uno de los máximos exponentes del indigenismo, Santos Ramírez, es hoy uno de los emblemas de la corrupción de este Gobierno.
A los indígenas se los colocó como los sabios protectores de la naturaleza, sitial que no aguantó la solicitud de la petrolera estatal venezolana para “profanar” la Pachamama. Se los entronó como cabeza de naciones que no les sirven más que para membretar al Estado. Se endiosó lo “comunitario”, ámbito que hoy sólo les es útil para proteger a narcotraficantes y contrabandistas. Les dieron una ley que los ha convertido en temibles justicieros y asesinos. Sólo así los indígenas hacen noticia, porque de ellos se habla cuando hay escándalos, borracheras, violencia y muerte. Algunos estamos convencidos de que la mala hora de los indígenas en Bolivia tiene que ver también con una vieja pugna interna dentro del régimen, donde los blancos, blancoides y mestizos siguen teniendo la batuta para signar la desgracia de los que tienen la piel oscura.

Los indígenas hacen noticia en Bolivia. Pero en borracheras, linchamientos, narcotráfico y la misma pobreza que los marginó siempre.

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