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lunes, 16 de junio de 2008

muy cerca de la realidad boliviana la crónica de La Nación

Si la virulenta desmesura, por todos conocida, no fuera una de las características más salientes de la personalidad de Hebe de Bonafini, la acusación que acaba de hacer contra los cuatro principales dirigentes ruralistas del país, seguida del pedido de prisión para todos ellos, nos hubiera resultado increíble. Alguien que, pocos años atrás, en vida del inolvidable papa Juan Pablo II, agravió al Santísimo Padre de manera incalificable refiriéndose a la honradez de su madre, no puede realmente sorprender ahora a nadie. Polemista siempre procaz y de posiciones extremistas, nada la detiene a la de hora de levantar, inmutable, cargos gratuitos contra cualquiera y enlodar la honra de las personas que no comulgan con sus ideas. De la misma manera que exige patíbulos, extiende a sus camaradas de ideologías y andanzas políticas bendiciones y loas desde su eterno sitial como presidenta de las Madres de Plaza de Mayo. En este orden, cabe aclarar que su militancia en favor de los derechos humanos, de la cual tanto se ha aprovechado políticamente, ha sido siempre claramente sesgada, es decir que ve la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el propio, por enorme que ésta sea. De lo contrario carecería de explicación su enfática defensa del dictatorial régimen castrista y su no menos escandalosa justificación del monstruoso atentado terrorista contra las Torres Gemelas, que nada tiene de caritativa. Hay ciertamente mucho de perverso, entonces, en el referido pedido de la señora Bonafini respecto de dirigentes rurales a los cuales, con su habitual ligereza, ha acusado de "terroristas". Porque endiosar un sistema carcelario que desde su nacimiento ha sometido a la población cubana a vivir bajo la opresión, y legitimizar la barbarie de Al-Qaeda y del terrorismo de ETA o de las FARC, o sea, ponderar a criminales so pretexto de que presuntamente luchan por la liberación de los pueblos, no admite justificación ninguna. Sin embargo, es la misma persona que, faltando a la verdad, se lanza ahora contra un puñado de dirigentes ruralistas, que no piensan como ella, pero que jamás han sido violentos, con el agravio gratuito de tratar de descalificarlos acusándolos de un delito que nunca cometieron. En cambio, no se ha cansado de alabar la señora de Bonafini a quienes sí han sido y son terroristas, sin que jamás le tiemble la voz, a pesar de los atentados que pudieran haber cometido contra civiles inocentes. Semejante "doble estándar" de conducta debería hacernos recapacitar en cuanto al grado de reconocimiento que, en forma inconsciente, a veces se les extiende a determinadas personas y organizaciones que, so pretexto de defender la vida y los derechos más sagrados del género humano, en realidad utilizan el lugar que ocupan en la sociedad a efectos de hacer exactamente lo contrario: exacerbar el odio, los rencores, las pasiones y los resentimientos, mientras alegremente justifican los crímenes de guerra cometidos por correligionarios y amigos, como si las Convenciones de Ginebra de 1949 nunca se hubieran suscripto y la protección a las víctimas civiles inocentes fuera una entelequia, sin valor alguno.

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