El desmoronamiento de los precios del barril de petróleo que llegó a su punto más bajo la pasada semana cuando después de varios meses de constantes descensos ingresó a la franja simbólica de los 20 dólares, lo que no se veía desde 2003, ha dado un sacudón muy fuerte a todos quienes de una u otra manera tienen su suerte ligada a las cotizaciones de los hidrocarburos en los mercados internacionales. Es decir, a gran parte de los gobiernos y empresarios de todo el mundo.
Como no podía ser de otra manera, eso se ha reflejado en la proliferación de noticias, análisis, opiniones y las más diversas especulaciones sobre las reales causas y consecuencias de lo que todo eso significa. Y como es fácil constatar, a juzgar por la diversidad de interpretaciones, las más de las cuales son incompatibles entre sí, uno de los efectos de la crisis del precio del petróleo es que pone en evidencia la fragilidad y las limitaciones de los instrumentos teóricos de los que se valen los economistas, políticos y analistas en general, para comprender la realidad y, por consiguiente, tomar las decisiones más acertadas.
En el caso de la actual caída de los precios del petróleo, a la de por sí compleja combinación de factores estrictamente económicos, como los fluctuaciones de la oferta y la demanda, se suman otros muy ajenos a la lógica del mercado y que pertenecen más bien al ámbito de la política internacional. En efecto, a la disminución de la demanda de China e India, por ejemplo, se suma la intensidad con que durante los últimos meses se han movido las fichas en el tablero geopolítico planetario. Un pequeño ejemplo de ello es la histórica reconciliación entre Estados Unidos e Irán, el consiguiente distanciamiento entre Estados Unidos y Arabia Saudita o las sanciones impuestas contra Rusia.
En medio de tan complejos factores, grandes equívocos que pasaban relativamente desapercibidos en tiempos de bonanza adquieren una dimensión inocultable. El caso de Venezuela es el más ilustrativo al respecto, pues los extravíos en los que ese país se sumió ahora se hacen evidentes a través del colapso de su economía y también del fracaso de su política internacional. En el caso del petróleo, tanto Irán como Arabia Saudita y los demás países de la OPEP le han dado la espalda al Gobierno de Maduro, lo que ha dejado a Venezuela librada a su suerte, completamente inerme económicamente, aislada del resto del mundo y sin ninguna posibilidad de hacer algo al respecto.
El caso venezolano, que fue el país más beneficiado por el auge y ahora es el más perjudicado por la caída, es una muestra de los calamitosos extremos a los que puede llevar una inadecuada comprensión de la realidad.
En nuestro país, felizmente, no se siguió el camino venezolano. Tanto desde el punto de vista económico, como de la política internacional, la conducta del Gobierno boliviano ha sido más prudente y gracias a ello hoy estamos mejor ubicados para afrontar las dificultades que se avecinan y esa es una ventaja que no se debe desdeñar.
Sin embargo, y precisamente por eso, es urgente que quienes tienen en sus manos la conducción de nuestro país eviten la tentación de dar la espalda a la realidad recurriendo al cómodo expediente de su negación y su remplazo por una ilusoria invulnerabilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario