La basura como problema social
Mauricio Aira
El nombre
del barrio Kara Kara significa conflicto, negligencia, incapacidad de solución
al problema de la basura en Cochabamba. Conflicto que se arrastra hace más de
20 años que surgió como un programa, entonces aceptable para eliminar los
desperdicios sólidos de una ciudad pujante que crecía aceleradamente. En aquel
momento no pasó por la mente de las autoridades municipales el hecho del
aumento de población acelerada y de la creciente producción de los
desperdicios.
Gregorio Iriarte
el sacerdote oblato que consagró su vida al estudio crítico de la realidad boliviana
estimaba entre 2 y 4 kilogramos la producción habitante/día de los desperdicios
residenciales en 2003, a los que sumar los desperdicios comerciales,
industriales y los que resultan de los escombros en un centro de intensa
actividad constructiva. Revisando Los Tiempos de aquella época, se daba el
anuncio de la existencia de recursos en el BID para impulsar estudios serios
que lleven a la solución del problema del manejo de basuras. La conclusión es
que ni el Estado, ni las Municipalidades tenían por entonces, los recursos para
encarar frontalmente el problema y se decidió continuar e implementar salidas
tipo Kara Kara, un sumidero, relleno sanitario, que si bien permitía “librarse
del dolor de cabeza”, no significó una solución. Es más, convencieron a los
pobladores acariciar programas de urbanización, de producción artesanal y
agropecuaria en pequeña escala, postergando la solución año tras año hasta el
dia de hoy. Kara Kara ha sido un campo experimental con la construcción de
celdas para el relleno después de la compactación mecánica y manual, con un
movimiento creciente de volquetas y vehículos recolectores de los residuos.
El sistema
ha funcionado para enriquecer a las llamadas “industrias recicladoras”
especialmente de vidrio, plásticos, metales, papel, que remueven los descargues
in situ, y permiten a cientos de familias seleccionar los materiales
mencionados y venderlos a “los industriales” a precios irrisorios, que les
permiten sobrevivir. Tales “industrias” de plácemes, han incentivado el método de
zanja progresiva que sin embargo se ha sobre saturado y hoy por hoy resulta
insuficiente, inadecuado, e impropio.
Por ello en diversos artículos, algunos de 1995, nos permitieron
insistir, como lo hacemos hoy, en la única, urgente solución de una planta de
incineración de desechos sólidos.
La compactación
con el uso de maquinaria especializada y al parecer sistema que garantizaba 8,
10 y hasta 12 años de vida como relleno, ha devenido en un pozo sin fondo, que
insume todos los recursos disponibles sin dejar de causar perniciosos efectos
para el medio ambiente. La otra forma incorrecta, ilegal y clandestina es que
los residuos se continúan arrojando a los ríos, a los canales de desagüe y en
nuestro caso en la ribera de Alalay, que termina con la fauna y la flora,
riqueza inapreciable de la ciudad.
La incineración
es el método (no el mejor ni idealmente más sano) de terminar con Kara Kara, considerando
que el volumen actual de la basura permitiría el financiamiento de una planta
de mediano tamaño con suficiente capacidad para producir gas aprovechable en la
generación de energía. Hemos visitado plantas modelo, que se alimentan con el
descargue de los basureros durante 24 horas por día y 365 días por año, sin
interrupción, esa basura transformada en electricidad luego de un proceso de
varias horas, se suma a la red local de
electricidad. O sea de entrada a los calderos los residuos, de salida energía que
se factura en el momento mismo en que alimenta la red que la distribuye a los
usuarios. Prevención. No existe una planta lista para un contrato “llave en
mano”, tiene que existir un proyecto previo, ahora que las Municipalidades
gozan de financiamiento saneado por el impuesto de los hidrocarburos, bien
podrían acometer el proyecto mencionado, siendo la única forma de poner punto
final a la intolerable de la basura que nos abruma.
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