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sábado, 23 de marzo de 2013

bien documentado artículo de Winston Estremadoiro sobre la marcha de los Urus a la sede de Gobierno en demanda de Justicia que para los masistas es sólo blábláblá!


¡Déjennos aunque sea la propiedad de campos marginales!, parecen implorar los indígenas Urus en su marcha a la sede de gobierno, quejándose del cerco de los aymara que poco a poco les roban sus tierras. Es que la explotación del hombre por el hombre no es tema cuya descripción es exclusiva de Marx. Ya Hobbes en su “el hombre es lobo para el hombre” lo anticipó, y es racismo al revés culpar solo a los “k’aras” de tan despreciable práctica sobre los indígenas.

No marchan solo los mojeños Trinitarios, Chimanes y Yuracarés del TIPNIS, en esta Bolivia donde los pies cansados y llagados caracterizan a tiempos de conseguir, à la Ghandi, reivindicaciones omitidas por siglos. La marcha de los Urus hacia la sede del gobierno centralista es ejemplo de ello. También desnuda contrasentidos del palabrerío étnico-populista tan de moda hoy.
Un poco de contexto. Los Urus son de habla puquina, quizá verdaderos herederos de la civilización tiahuanacota, hoy con capital ocupada por aymara asentados sobre las ruinas de su ciudadela. Subsisten en unas cada vez más reducidas ‘regiones de refugio’ -como las llamaba Gonzalo Aguirre Beltrán- en islas artificiales de totora en Puno, y donde el río Desaguadero se desborda y se llama lago Uru-Uru, en las salobres cercanías del lago Poopó.
Están constituidos por tres ramas: los Uru-Huruitos, los Uru-Muratos y los Uru-Chipayas. Una rama vive en islas flotantes de totora, en cercanías de tierras peruanas circundantes al Lago Titicaca. No creo que se les haya ocurrido tan curioso hábitat si no fuera por el acoso hostil de dominantes aymara. Pero es pertinente recalcar que el cuantioso flujo de turistas en el vecino país, asegura un incierto pasar vendiendo baratijas artesanales. Da para pensar que la totora, amén de base del suelo renovable que les sirve de lar, también se acullique como la hoja sagrada, quizá por sus cualidades nutritivas y estimulantes, sin que se haya ideado tramitar su despenalización en Viena, tal vez porque no se distrae su proceso a ‘totoraína’ o algún otro sucedáneo de la cocaína.
Según datos de Wikipedia, los Uru-Muratos, conocidos también como “hombres del lago”, vivían en cercanías del lago Poopó. En los años 30 del siglo pasado sus tierras y orillas acuáticas fueron invadidas por los aymara. Cambios en el régimen pluviométrico casi hicieron desaparecer el entorno lacustre del que dependían como únicos pescadores, empeorando su fuente de ingresos y alimentos, y tensionando nexos con las comunidades circundantes. Tal vez sintomático del sesgo aymara-centrista del régimen político actual, no se difunde “Los hombres del lago”, un documental filmado por Aaron I. Naar, con la historia de Puñaca Tintamaría, narrada por Daniel Moricio Choque, un ex jefe de la comunidad. ¿No son pertinentes sus costumbres y problemas de pobreza, la falta de tierras escamoteadas, la ausencia de representación en jerarquías municipales, departamentales y nacionales, la contaminación del Lago Poopó y el impacto del calentamiento global?
En 1953 surgió “Vuelve Sebastiana”, cortometraje “cinema verité” de mi recordado amigo Jorge Ruiz, de quien atesoraré la filmografía completa que prometen hacer pública sus herederos, quizá para ver si entre su obra está un documental sobre la sustitución de cultivos de coca, tarea que entonces me quitaba el sueño. El film boliviano sobre los Uru-Chipaya, de Jorge Ruiz y Augusto Roca, con guión de Luis Ramiro Beltrán, fue el primero en recibir un premio internacional. No olvidaré el cabello trenzado de la niña pastora Sebastiana, ni las viviendas circulares de su pueblo empobrecido, desde donde emprende una saga su abuelo para rescatarla del hostil pueblo aymara vecino. La migración de sus mejores personas, y la muerte del anciano rescatador, ¿no se viven a diario entre los indígenas pobres de este angustioso país?
La marcha de los Urus hacia La Paz enrostra al régimen de Evo Morales que su Carta Magna, la Constitución de 2009, recita un catecismo falaz de principios ético-morales en los que se apoya la sociedad plural que propugnan. Al “no seas flojo, ni mentiroso, ni ladrón” que habría que indagar si es de las reformas del Virrey Toledo o del despotismo incaico, se suma el blablá de metas sociales como el “vivir bien”, la “vida armoniosa”, la “vida buena”, la “tierra sin mal” y el “camino o vida noble”.
De la tríada endilgada a la sabiduría andina, quizá la flojera no sea defecto de nuestro incansable Presidente; basta hurgar la propaganda oficial para dudar de lo segundo; del tercero, la cáfila de ladrones suma y sigue en la corrupción de este y de anteriores gobiernos. El “suma qamaña” (vivir bien) parece ser monopolio de prósperos cocaleros, etnocéntricos aymaras y centralismo gobiernista. El “ñandereko” (vida armoniosa) de los guaraníes no destila armonía a los pueblos chaqueños a pesar de la danza de millones de recursos del gas. La “teko kavi” (vida buena), que no sé en cuál de los 36 enclaves étnicos se disfruta, parece restringida a uno que viaja de aquí para allá en avión lujoso y come lo que le gusta sin que le cueste un chelín. Ciertamente, la “ivi marei” (tierra sin mal) no es posible si compartida por “originarios” mojeños, Chimanes y Yuracarés con cocaleros del Chapare en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure, que eso, no me canso, ganso, quiere decir TIPNIS. Y el “qhapac ñan” quechua será camino o vida noble para los adeptos al Gobierno, sean estos juramentados o infiltrados.

¡Déjennos aunque sea la propiedad de campos marginales!, parecen implorar los indígenas Urus en su marcha a la sede de gobierno, quejándose del cerco de los aymara que poco a poco les roban sus tierras. Es que la explotación del hombre por el hombre no es tema cuya descripción es exclusiva de Marx. Ya Hobbes en su “el hombre es lobo para el hombre” lo anticipó, y es racismo al revés culpar solo a los “k’aras” de tan despreciable práctica sobre los indígenas. 

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