Tal como lo hizo en septiembre del año pasado, el vicepresidente ha vuelto a pedirles a los empresarios bolivianos que acompañen el supuesto “boom económico” nacional, que no es otra cosa que el rebote que nos llega del éxito del capitalismo emergente en China, India o Brasil, donde las empresas privadas sí gozan de todas las garantías para invertir y generar riqueza, empleo e impuestos.
La declaración del segundo mandatario parece ser apenas un acto reflejo, una manera de dejar constancia en el discurso, que en Bolivia se respeta la iniciativa privada, aunque en los hechos esto sea una verdad a medias, al menos para los empresarios formales y legales, especialmente los que producen en el departamento de Santa Cruz, la región más castigada por la “persecución-extorsión” política y económica.
Algunos ejemplos sirven para poner en evidencia no sólo las preferencias odiosas, sino la inadmisible política abierta y descarada, destinada a perjudicar el desarrollo cruceño: los cañeros de Bermejo sí pueden exportar, pero los ingenios de Santa Cruz no; los contrabandistas de soya de Desaguadero tienen vía libre para sacar miles de toneladas de harina, pero los agricultores de las tierras bajas no; y de la misma manera sufren la hostilidad los que producen maíz, los ganaderos y otros agropecuarios que no tienen más remedio que aceptar el chantaje (oficial y paralelo) del régimen para poder sobrevivir.
Santa Cruz no ha dejado de crecer, es verdad, pero no al ritmo que debiera, en un contexto de excelentes precios internacionales de los productos agropecuarios, que a nombre del abastecimiento interno han sido duramente castigados, cuando la solución hubiera pasado por fomentar la expansión de tal manera de mantener abastecido el mercado nacional y generar saldos exportables mucho más grandes. Distinto ha sido el criterio aplicado a los hidrocarburos, que ha privilegiado el mercado externo a pesar de que existe una demanda insatisfecha dentro del país, hecho que también conspira contra el desarrollo de diversos sectores económicos. Todos estos embates contra el aparato productivo han hecho que otras regiones registren mejores indicadores, pese a que expresan el mismo dinamismo y diversificación.
Nadie en su sano juicio se quedaría de brazos cruzados frente al periodo de bonanza económica que vive toda América Latina y los empresarios de Santa Cruz no necesitan de una invitación especial para seguir produciendo. Lo han venido haciendo pese a todo, a los avasallamientos, a las prohibiciones, a los cupos y a los actos de extorsión de los que han sido víctimas... y hay que decirlo, pese a que lamentablemente no ha habido un adecuado acompañamiento de la dirigencia, cuyo entreguismo no ha sido nada favorable para nadie.
El Gobierno se ufana demasiado con unos resultados económicos que no le pertenecen. El régimen está fundamentado sobre una estructura productiva muy frágil que depende de los precios internacionales, que en el cualquier momento podrían darle un revés muy duro a la realidad nacional como ha sucedido demasiadas veces en nuestra historia. Descuidar el sector productivo, menospreciar las inversiones y tratar con tanto desdén a la locomotora del país es un riesgo que le costará muy caro al futuro de Bolivia.
La declaración del segundo mandatario parece ser apenas un acto reflejo, una manera de dejar constancia en el discurso, que en Bolivia se respeta la iniciativa privada, aunque en los hechos esto sea una verdad a medias, al menos para los empresarios formales y legales, especialmente los que producen en el departamento de Santa Cruz, la región más castigada por la “persecución-extorsión” política y económica.
Algunos ejemplos sirven para poner en evidencia no sólo las preferencias odiosas, sino la inadmisible política abierta y descarada, destinada a perjudicar el desarrollo cruceño: los cañeros de Bermejo sí pueden exportar, pero los ingenios de Santa Cruz no; los contrabandistas de soya de Desaguadero tienen vía libre para sacar miles de toneladas de harina, pero los agricultores de las tierras bajas no; y de la misma manera sufren la hostilidad los que producen maíz, los ganaderos y otros agropecuarios que no tienen más remedio que aceptar el chantaje (oficial y paralelo) del régimen para poder sobrevivir.
Santa Cruz no ha dejado de crecer, es verdad, pero no al ritmo que debiera, en un contexto de excelentes precios internacionales de los productos agropecuarios, que a nombre del abastecimiento interno han sido duramente castigados, cuando la solución hubiera pasado por fomentar la expansión de tal manera de mantener abastecido el mercado nacional y generar saldos exportables mucho más grandes. Distinto ha sido el criterio aplicado a los hidrocarburos, que ha privilegiado el mercado externo a pesar de que existe una demanda insatisfecha dentro del país, hecho que también conspira contra el desarrollo de diversos sectores económicos. Todos estos embates contra el aparato productivo han hecho que otras regiones registren mejores indicadores, pese a que expresan el mismo dinamismo y diversificación.
Nadie en su sano juicio se quedaría de brazos cruzados frente al periodo de bonanza económica que vive toda América Latina y los empresarios de Santa Cruz no necesitan de una invitación especial para seguir produciendo. Lo han venido haciendo pese a todo, a los avasallamientos, a las prohibiciones, a los cupos y a los actos de extorsión de los que han sido víctimas... y hay que decirlo, pese a que lamentablemente no ha habido un adecuado acompañamiento de la dirigencia, cuyo entreguismo no ha sido nada favorable para nadie.
El Gobierno se ufana demasiado con unos resultados económicos que no le pertenecen. El régimen está fundamentado sobre una estructura productiva muy frágil que depende de los precios internacionales, que en el cualquier momento podrían darle un revés muy duro a la realidad nacional como ha sucedido demasiadas veces en nuestra historia. Descuidar el sector productivo, menospreciar las inversiones y tratar con tanto desdén a la locomotora del país es un riesgo que le costará muy caro al futuro de Bolivia.
"Santa Cruz no ha dejado de crecer, es verdad, pero no al ritmo que debiera, en un contexto de excelentes precios internacionales de los productos agropecuarios, que a nombre del abastecimiento interno han sido duramente castigados, cuando la solución hubiera pasado por fomentar la expansión de tal manera de mantener abastecido el mercado nacional y generar saldos exportables mucho más grandes.
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