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lunes, 31 de enero de 2011

paptético relato sobre joven profesional que pretendió salvar a sus c.c. y resultó víctima del derrumbe "murió por salvar" dice su padre apesadumbrado


El edificio Málaga aún se venía abajo cuando el ingeniero Enrique David Alarcón Arrieta llegó al área del siniestro. Al enterarse de que un grupo de personas se encontraba atrapado entre los escombros, acudió en su ayuda. Pero, de forma inesperada, una viga cayó sobre él quitándole la vida instantáneamente.

Su padre, Enrique Alarcón Jordán, no vio la escena, pero le basta con el relato de los testigos para recrear el trágico momento que recuenta para La Razón con palabras entrecortadas, prueba del dolor que le acoge.

“Según la versión de algunos testigos y un policía que estaban en el lugar, él estaba ileso y apareció cuando el edificio ya había colapsado. Pero al enterarse de que habían personas entre los escombros, mi hijo se metió al edificio para ayudarlos y fue ahí que le cayó una viga”, relata.

“Mi hijo dio su vida por salvar a las personas que estaban atrapadas en el edificio. Él siempre fue así, podía dar todo por los demás”, asegura don Enrique y un instante de silencio interrumpe la comunicación.

De inmediato destaca que Enrique David —nacido en La Paz un 20 de agosto de hace 38 años (este 2011 cumpliría 39)— era muy solidario, estudioso y responsable desde niño.

Se formó en el colegio San Ignacio de Loyola en la sede de gobierno, de donde se graduó en 1990. Siguió la carrera de Ingeniería Civil en la Escuela Militar de Ingeniería (EMI), de la que egresó en 1995, y luego realizó un maestría en Caminos, Puentes y Medio Ambiente en la Universidad de Tohoku de Japón.

“En Japón incluso le ofrecieron una beca para que efectúe un doctorado, pues era muy brillante. Sin embargo, la rechazó porque decía que estaba contento con la maestría y que quería volver a Bolivia”, agrega.

Su padre afirma que siempre fue muy cariñoso y que “se desvivía” por su madre María Luisa, a quien le decía Mery, y por su hermano Bruno.

Enrique David vivió casi toda su vida en La Paz. Sin embargo, se encaminó a Santa Cruz por una oferta laboral de la Empresa Ferroviaria Oriental, donde ocupó el cargo de jefe de Operaciones de la firma.

Pero no se fue solo, entonces acababa de contraer nupcias con María Isabel André. “En los últimos ocho años mi hijo estaba viviendo en Santa Cruz. Allí nacieron mis dos nietos. Uno es...” , dice su papá y la voz se le entrecorta, guarda silencio y rompe en llanto. Respira profundo y continúa para explicar que el mayor de sus nietos tiene cinco años, y la menor (una niña), cumplió tres.

Don Enrique y su esposa viajaban de forma constante a Santa Cruz para visitar a su hijo y a sus nietos, además que hablaban con él de tres a cuatro veces a la semana.

“La última vez que hablé con él, antes que sucediera el desastre, fue el viernes de la semana pasada. Mi hijo estaba contento porque le estaba yendo bien en su trabajo”. La víctima ocupaba el cargo de Gerente General en la Sociedad Inmobiliaria y Constructora SA (Sicruz).

“Me enteré del siniestro en un canal de televisión en La Paz (donde vive). Cuando empezaron a dar detalles de lo sucedido y citaron el nombre de mi hijo me asusté. Ese instante lo llamé, pero su teléfono estaba desconectado. Él estaba sepultado”, se lamenta el padre.

Según Don Enrique, la mañana siguiente (martes), la familia conservaba la esperanza de encontrarlo con vida. “Nosotros pensamos que lo estaban rescatando de entre los escombros. Entonces, mi esposa y yo decidimos salir a Santa Cruz en el primer vuelo. Llegamos en la mañana, pero sólo nos encontramos con el cadáver de mi hijo minutos antes de que lo sacaran del edificio”, dice llorando.

“Mi familia está destrozada y su esposa está destruida; él era una persona muy sociable, muy querida por todos. He recibido llamadas de todo el mundo, no sé cómo se enteraron, pero les agradezco su apoyo”.

Ahora está sepultado en s. cruz A las 8.40 del martes 25 de enero, después de 10 horas de trabajo ininterrumpido, los rescatistas dieron con el cuerpo sin vida del ingeniero Enrique David Alarcón Arrieta, de 38 años. Ayer, su familia enterró su cuerpo en el Cementerio Las Misiones de Santa Cruz. Su hermano Bruno llegó de Canadá para darle el último adiós. “Mi hijo viajó dos días para llegar al funeral”, dice su padre.

Le gustaba el deporte “Desde sus ocho años, Enrique David nadaba en competencias en categorías infantiles. Recuerdo que yo lo llevaba a la piscina a las cinco de la mañana. Era muy disciplinado y amaba el deporte”, cuenta su padre, don Enrique Alarcón Jordán.

Según su papá, el ingeniero era un gran deportista. Le apasionaba nadar y practicar ráquet diariamente.

“Era muy sociable, todo el mundo lo quería, era muy carismático y correcto. En todas sus actividades y en todos sus círculos de amigos le gustaba ayudar a la gente a incentivar el deporte; lo querían demasiado”, dice su progenitor mientras contiene el llanto.

En su infancia fue parte de la selección boliviana en las disciplinas de natación y ráquet y participó en diversas competencias nacionales e internacionales, agrega.

El tiempo no logró borrar su inclinación por el deporte, hasta el último momento, recuerda, jugaba en campeonatos con un equipo conformado en la capital cruceña.

“Hasta ahora no podemos creer lo que ha sucedido. Mi hijo era tan joven y tenía tanto futuro por delante. Ha dejado en la orfandad a dos niños, de cinco y tres años”.

Según el informe médico, Enrique David murió a causa de un “trauma torácico con múltiples fracturas a nivel de las costillas”, lo que provocó asfixia por sofocación.

El ingeniero civil también tenía un trauma raquimedular con lesión en la columna cervical, además lesiones en la cara y en el tórax.


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