La tala de árboles es muy obvia, hay intereses que superan el deseo de preservar el medio ambiente. Cochabamba testifica cada día camiones con carga de árboles, como cadáveres en una morgue móvil, que pasan por sus calles en dirección desconocida. Nadie controla semejante destrucción. Y ahí no importa ni Kioto ni Copenhague ni Cancún y menos Tiquipaya
Primero se reconoce que el planeta no puede soportar la explotación indiscriminada. La contaminación universal, ríos, mares, aire, cielo. Todo muestra que estamos presenciando una hecatombe sin precedentes. El planeta ha llegado a su ocaso y no es sólo literatura.
No es propaganda política ni gritos de desesperación ni mensajes apocalípticos y de maldición divina. Es la realidad, la cruda realidad de que el hombre con el abuso de los recursos naturales está generando un cambio climático sin precedente en la historia de la humanidad.
Ya son tres reuniones que parece que arrancan con distinta gana. Kioto sin ser la panacea fue por lo menos donde se tomó conciencia de la importancia de disminuir las emisiones de dióxido de carbono –que a su vez se sabe que es el culpable de gran parte del calentamiento global–.
Ni la China ni la India o Brasil y Rusia estaban en la lista de culpables entonces y sólo las grandes potencias parecían tener sus cuotas de emisiones saturadas.
Ahora el panorama es totalmente distinto. Los países emergentes, entrantes en el terreno del desperdicio y el desarrollo desigual, no quieren acordar ahora cuotas. Ven que esto afecta directamente sus intereses de formar parte de un mundo que sólo sabe medir el desarrollo por el olor a usinas, tubos de escape de coches y de desechos contaminantes que expulsen.
Los acuerdos internacionales pueden ser contestados o rotos y el círculo sigue sin ser cerrado. Cada país quiere manifestar lo limpio que es y lo poco que contaminan siendo la verdad totalmente distinta. Todos contaminamos, todos contribuimos al calentamiento global desde el momento en el que encendemos un foco para alumbrarnos. Todos contribuimos al calentamiento global al no reglamentar la protección y prevenir nuestra destrucción del medio ambiente.
Los que desmontan en Bolivia no solamente están destruyendo el ecosistema del presente, sino que además están destruyendo la posibilidad a futuro de recuperar un ecosistema asesinado por un puñado de miserables pesos.
La tala de árboles es muy obvia, hay intereses que superan el deseo de preservar el medio ambiente. Cochabamba testifica cada día camiones con carga de árboles, como cadáveres en una morgue móvil, que pasan por sus calles en dirección desconocida, quizá un aserradero en Brasil, Chile o la Argentina. Nadie controla semejante destrucción. Y ahí no importa ni Kioto ni Copenhague ni Cancún y menos Tiquipaya.
Lo que importa es cómo nosotros nos comprometemos a luchar desde nuestras trincheras contra la destrucción del medio ambiente. La utilización de petróleo y gas contaminan, podríamos empezar a producir seriamente hidroelectricidad. Cambiar los focos de filamento por los ecológicos es imperioso, Cuba lo ha hecho y bien; nosotros poco y mal. Las resoluciones de Tiquipaya no pueden quedar en un tintero de vanagloria política esperando que nos den pelota.
La destrucción de la selva es criminal, es matar el ecosistema primero y la humanidad después. Aquí sí vale la sanción y la protección. (Autor Carlos Toranzo. Fuente Los Tiempos Digital)
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