Hasta aproximadamente hace tres años, Bolivia reunía las condiciones para convertirse en el centro energético del Cono Sur, con posibilidades concretas para abastecer de gas natural a sus vecinos, luego de cubrir la demanda interna.
La existencia de enormes reservas dio lugar a un optimismo que, en su momento, estaba plenamente justificado pero que, con el correr del tiempo, se ha desmoronado. Hoy, el país ha dejado de ser un referente de la industria petrolera regional y los grandes compradores, Brasil y Argentina, están en búsqueda de fuentes alternativas, mientras otros clientes potenciales, como Chile, han descartado a Bolivia como proveedor confiable. Este cambio tan drástico encuentra su explicación en las pésimas políticas energéticas aplicadas por el actual gobierno, que se iniciaron con la llamada “nacionalización” de los hidrocarburos, que no pasó de ser una modificación de los contratos con las transnacionales que permanecieron en el país y la entrega de la administración de la cadena productiva a una deficiente empresa estatal, YPFB.
Como consecuencia, los ingresos que percibe el Estado aumentaron substancialmente, pero de manera efímera puesto que la medida provocó también un estancamiento de la industria petrolera, sin posibilidad de recuperación en el futuro mediato. Otros países de la región, con políticas eficientes, están tomando el lugar que le correspondía a Bolivia. El Perú ha emprendido una agresiva estrategia hidrocarburífera que le permite exportar gas natural a Chile y al norte del hemisferio, mientras Ecuador ha anunciado para el 2009 una inversión de más de seis mil millones de dólares, con lo que prevé, en el año 2015, producir un millón de barriles diarios de petróleo.
De “gran centro irradiador de energía”, Bolivia está en camino a convertirse en un proveedor de mercados pequeños, como parece confirmarlo el acuerdo energético suscrito en días pasados con Paraguay y Uruguay. Su capacidad productiva no le alcanzará para más.
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