Si lo que pretende el Gobierno boliviano es seguir en el tren actual, es decir, profundizando el extractivismo hasta llegar a los extremos de Venezuela, sin capacidad para producir ni siquiera lo más elemental de la canasta familiar, entonces está muy bien el ingreso del país al Mercosur, puesto que de esa forma conseguiremos precios preferenciales y ventajas arancelarias en la compra de alimentos.
Los hechos no mienten: en los últimos cinco años la importación de alimentos se duplicó por varios factores, sobre todo por los frenos a la inversión en los sectores agropecuarios y agroindustrial, ocasionados por la inseguridad jurídica, las prohibiciones y los vetos del Estado a los productores. Entre 2010 y 2014 las compras bolivianas de alimentos crecieron de $us 357,3 millones a $us 689 millones en 2014, lo que representa un aumento del 92,81%.
En realidad, ni siquiera hace falta un acuerdo formal para que Bolivia se convierta en el mejor destino de los alimentos brasileños y argentinos, pues gracias a las diferencias cambiarias, el contrabando ha crecido de forma alarmante y la desidia de las autoridades permite el ingreso incluso de maíz transgénico, prohibido para nuestros agricultores, que ahora tienen un nuevo factor que desincentiva sus actividades, pese a que el teoría, los gobernantes están buscando como impulsar el sector rural. Puras pamplinas.
Algunos podrían afirmar que Paraguay ha tenido éxito con el Mercosur, pero no es por solo por esto, que no deja de ser una interesante palanca de integración económica, sino por el trabajo que hicieron los paraguayos para convertirse en una potencia soyera y ganadera capaz de pelearle de igual a igual a Argentina y Brasil. Lamentablemente en nuestro país llevamos una década haciendo un trabajo inverso, es decir, poniéndole palos a la rueda del desarrollo agropecuario y en esas condiciones se nos yergue el gran peligro de ser engullidos por dos grandes monstruos.
Bolivia tiene una baja capacidad productiva, no solo por la inadecuada política estatal, sino también por los bajos rendimientos, deficientes medios de transporte, burocracia y altos costos. Para colmo, Bolivia tiene una economía abierta, permisiva y altamente permeable al contrabando y la corrupción, mientras que en el caso de nuestros vecinos enfrentamos grandes barreras porque se trata de países que protegen a ultranza su sector agropecuario. Para darse una idea de las dimensiones, mientras que Bolivia produce apenas 13 mil toneladas diarias de aceite vegetal, Argentina alcanza 185 mil y Brasil 175 mil toneladas.
Nuestro país ha rechazado varios procesos de integración y de adhesión a mecanismos de libre comercio que tenían como premisa básica la gradualidad y la proporcionalidad y extraña que esta medida sea adoptada sin haber diseñado una estrategia previa capaz de asegurar que el Mercosur, un bloque que se ha politizado al extremo, no signifique un atentado a la actividad económica, el trabajo y la sostenibilidad de nuestro país que desde ya se ha puesto muy frágil por la caída de los precios de las materias primas exportables.
Algunos podrían afirmar que Paraguay ha tenido éxito con el Mercosur, pero no es por solo por eso, que no deja de ser una interesante palanca de integración económica, sino por el trabajo que hicieron los paraguayos para convertirse en una potencia soyera y ganadera capaz de pelearle de igual a igual a Argentina y Brasil. Lamentablemente en nuestro país llevamos una década haciendo un trabajo inverso, es decir, poniéndole palos a la rueda del desarrollo agropecuario y en esas condiciones se nos yergue el gran peligro de ser engullidos por dos grandes monstruos.
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