Durante años venimos escuchando acerca de teorías sacadas del cementerio como el Socialismo; otras que parecen adefesios salidos del laboratorio de algún científico loco como el Socialismo del Siglo XXI y otras que surgieron de las elucubraciones mentales autóctonas, típicas del más cínico de los sofistas o del más inescrupuloso de los fariseos: "comunitarismo indígena", "capitalismo andino", "economía comunitaria", "cooperativismo originario", etc., etc.
Es curioso que ninguno de los propietarios de la empresa Air Catering, muy cercanos al autor y propalador de dichas teorías, haya apelado a alguna de esas figuras de índole colectivista para hacer negocios con el Estado Plurinacional, que gustoso aceptó la modalidad del contrato con una empresa absolutamente liberal, con accionistas, con sistemas de outsourcing y demás detalles que confirman que el capitalismo está más vivo que nunca en Bolivia.
El problema es que el capitalismo vigente sobrevive en su estado más salvaje, aquel que coimea, que no compite en igualdad de condiciones y que se vale del poder para hacer empresa, algo que termina por degradar la política y por supuesto al propio capitalismo, que necesita de reglas claras que permitan la innovación y la multiplicación de la riqueza, valores fundamentales de un sistema económico saludable.
En realidad, la versión que se mantiene en Bolivia es el imbatible capitalismo de Estado, que consiste no en generar y multiplicar la riqueza, sino en tejer la mejor red de contactos y privilegios que da como resultado una sociedad espuria entre empresarios y políticos, modalidad que en países con reglas muy bien establecidas tiene un nombre muy claro: mafia.
Esta es precisamente la manera cómo han entendido el nuevo capitalismo los mineros cooperativistas, que durante años se dedicaron a capitalizar ventajas políticas y ahora las ofrecen al mejor postor, es decir, a empresas mineras, nacionales y extranjeras con las que han firmado contratos de explotación de recursos naturales que supuestamente son de todos los bolivianos.
En el caso de los mineros, el Gobierno se ha dado cuenta de la amenaza que significa esta intrincada relación con el oportunismo capitalista y les ha declarado la guerra, insinuando incluso que se trata de una traición a la patria, pese a que en el primer caso, las autoridades se niegan a actuar para ajustar por lo menos las cosas y hacer algunas correcciones. Como sabemos, hasta los grupos mafiosos tienen sus reglas y obviamente los cooperativistas no van a retroceder mientras las leyes no sean parejas. Y de persistir los negocios que han forjado los mineros, la denominada rosca de los barones del estaño quedará como la asociación de las Carmelitas Descalzas en comparación con lo que se nos viene.
El capitalismo debe vivir en Bolivia, porque insistir en el socialismo es condenarnos al fracaso. Pero debe vivir con reglas claras, modernas y sobre todo equitativas. Lo que está sucediendo no solo es la prueba de que no ha cambiado nada en el país, sino que estamos involucionando hacia estadios más primitivos del capitalismo espoliador y saqueador. A este paso, dentro de muy poco tiempo necesitaremos una revolución mucho más profunda que la del 52 para recuperarnos.
Es curioso que ninguno de los propietarios de la empresa Air Catering, muy cercanos al autor y propalador de dichas teorías, haya apelado a alguna de esas figuras de índole colectivista para hacer negocios con el Estado Plurinacional, que gustoso aceptó la modalidad del contrato con una empresa absolutamente liberal, con accionistas, con sistemas de outsourcing y demás detalles que confirman que el capitalismo está más vivo que nunca en Bolivia.
El problema es que el capitalismo vigente sobrevive en su estado más salvaje, aquel que coimea, que no compite en igualdad de condiciones y que se vale del poder para hacer empresa, algo que termina por degradar la política y por supuesto al propio capitalismo, que necesita de reglas claras que permitan la innovación y la multiplicación de la riqueza, valores fundamentales de un sistema económico saludable.
En realidad, la versión que se mantiene en Bolivia es el imbatible capitalismo de Estado, que consiste no en generar y multiplicar la riqueza, sino en tejer la mejor red de contactos y privilegios que da como resultado una sociedad espuria entre empresarios y políticos, modalidad que en países con reglas muy bien establecidas tiene un nombre muy claro: mafia.
Esta es precisamente la manera cómo han entendido el nuevo capitalismo los mineros cooperativistas, que durante años se dedicaron a capitalizar ventajas políticas y ahora las ofrecen al mejor postor, es decir, a empresas mineras, nacionales y extranjeras con las que han firmado contratos de explotación de recursos naturales que supuestamente son de todos los bolivianos.
En el caso de los mineros, el Gobierno se ha dado cuenta de la amenaza que significa esta intrincada relación con el oportunismo capitalista y les ha declarado la guerra, insinuando incluso que se trata de una traición a la patria, pese a que en el primer caso, las autoridades se niegan a actuar para ajustar por lo menos las cosas y hacer algunas correcciones. Como sabemos, hasta los grupos mafiosos tienen sus reglas y obviamente los cooperativistas no van a retroceder mientras las leyes no sean parejas. Y de persistir los negocios que han forjado los mineros, la denominada rosca de los barones del estaño quedará como la asociación de las Carmelitas Descalzas en comparación con lo que se nos viene.
El capitalismo debe vivir en Bolivia, porque insistir en el socialismo es condenarnos al fracaso. Pero debe vivir con reglas claras, modernas y sobre todo equitativas. Lo que está sucediendo no solo es la prueba de que no ha cambiado nada en el país, sino que estamos involucionando hacia estadios más primitivos del capitalismo espoliador y saqueador. A este paso, dentro de muy poco tiempo necesitaremos una revolución mucho más profunda que la del 52 para recuperarnos.
La versión que se mantiene en Bolivia es el imbatible capitalismo de Estado, que consiste no en generar y multiplicar la riqueza, sino en tejer la mejor red de contactos y privilegios que da como resultado una sociedad espuria entre empresarios y políticos, modalidad que en países con reglas muy bien establecidas tiene un nombre muy claro: mafia.
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