En este luminoso —es un decir— panorama, siempre existen pequeñas sombras, como el riesgo de quedarnos, en pocos años, sin reservas y sin mercados externos; tener que asestar otro gasolinazo a la población; o enfrentar a regiones, municipios y comunidades, por la repartija de una cosecha que se acaba
Los lectores que esperaban para la Navidad una columna más edificante, pueden visitar mi blog (http://zaratti.wordpress.com) y encontrarán lo que buscan; aunque, pensándolo bien, el título del presente artículo también se ajusta al clima navideño.
Navidad es tiempo de balances de lo que nos ha traído y lo que le hemos dado al año que se va; y un balance elogioso de la “nacionalización” no es tan común que se diga.
Además la Navidad nos trae un mensaje de salvación que se opone radicalmente a otros cantos de sirena que nos llegan de diferentes cantantes, guitarristas o trompetistas. En este sentido, la “nacionalización” fue presentada como la “salvación”, capaz, en un puñado de años, de trasformar Bolivia en Suiza.
Hay que reconocer que la política energética del actual Gobierno —la nacionalización— ha traído grandes beneficios al país, gracias al titánico esfuerzo de sus operadores, a quienes deberíamos honrar con más de un monumento ecuestre (cueste lo que cueste), con o sin jinetes.
Su primer mérito es haber sabido cosechar hábilmente lo que no sembraron. Recogieron a manos llenas los frutos de años de exploración y descubrimientos. Repartieron bonos para aliviar la pobreza e inflar los caudales electorales y, consecuentes con su vocación ecológica, invirtieron millones en criar elefantes blancos de todo tamaño. Se acumularon reservas internacionales para financiar generosamente desarrollos de otros lares. A pesar de las críticas malintencionadas acerca de la falta de inversiones, se privilegió la cooperación regional, comprando solidariamente gasolina de Chile, GLP de Argentina y diésel de Venezuela. Frente a tanto desprendimiento, ¿quién podría criticar la sangría de divisas que provocan los subsidios? Al fin y al cabo, mantienen la paz interna y la lealtad de autoridades y pobladores fronterizos, quienes tienen derecho a “vivir bien”, compartiendo con los vecinos las ventajas de las subvenciones.
El segundo gran mérito es haber llevado a cabo la industrialización del país, no la que reclamaban los otrora fanáticos de la transformación química del gas, sino la estructural, mediante el engendro e sucesivo entierro de la EBIH. No entienden los neoliberales que sin empresas, estatutos, reglamentos, organigramas, escritorios, computadoras, teléfonos, cortaúñas y pegas a los militantes, eso sí, sin discriminar por competencia y profesionalidad, no se ‘cambia” nada.
Otro reconocimiento que se merecen los paladines de la “nacionalización” es haber inculcado en la población la conciencia de la importancia de la corriente eléctrica en la vida moderna. La letra con sangre entra, de modo que nadie debería sorprenderse que, para ese fin, se tuviera que quemar una turbina de ciclo combinado en una recién nacionalizada empresa generadora y educar a la población con recurrentes e intempestivos cortes de luz.
En este luminoso —es un decir— panorama, siempre existen pequeñas sombras, como el riesgo de quedarnos, en pocos años, sin reservas y sin mercados externos; tener que asestar otro gasolinazo a la población; o enfrentar a regiones, municipios y comunidades, por la repartija de una cosecha que se acaba. Pero que no cunda el pánico: se tienen más de 1.000 millones de dólares listos para atraer, como miel a las moscas, a las poderosas e “intangibles” trasnacionales para que les saquen las castañas del fuego a los superhéroes de la nacionalización. A menos que esas moscas sigan desconfiando de la miel de semejantes abejas.
¡Feliz Navidad!
¡Feliz Navidad!
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