El discurso presidencial que duró cerca de siete horas, nos muestra el imperio del blablabla, el habla que sale del marco de lo que dijo, que no dijo, que dejó o que quiso decir, pues el nudo central es que entra en el soliloquio, en el parloteo reiterativo que se produce para no decirle nada al otro, para ignorarlo, para adormecerlo, para alienarlo y tomarlo como rehén.
La palabra es plena cuando dentro de su contenido el otro es tomado en cuenta como un interlocutor válido. En el parloteo los otros sólo ejercen el papel pasivo de escuchas, de quienes tienen que recibir órdenes sin lugar a emitir una posición propia o una respuesta activa, careciendo de reconocimieto como contraparte válida.
En el goce del blablablá, el otro es encapulado. Es un signo de aislamiento narcisista, un blindaje frente a los demás a fin de construir un poder infranqueable que desconoce la alteridad, es decir el propio límite que surge en la aceptación de los deseos de los otros con los que se acepta convivir sin ignorarlos.
Para Evo Morales es muy fácil hablar a nombre de los indígenas, decretándose como su representante, sin que estos puedan hacerle una contraparte, pues la invalidez emocional y social de estos los deja como niños pequeños a los que ha convencido que defiende y representa.
El discurso del presidente no acepta un alter ego, otros que porten un pensamiento diferente. Estos son mostrados como enemigos, seres peligrosos a los que hay que aniquilar, porque el discurso masista no es dialógico, no acepta al otro más que a título del invalido que supuestamente hay que reivindicar, lo que automaticamente los pone también en una inferioridad y subyugación en el planto ontológico y discursivo.
En el discurso que sostuvo por siete horas el presidente no estuvo en primer término lo que quería comunicar, sino cuanto quería gozar a nombre de la escucha sumisa de los otros, lo que significa gozar de su poder sobre ellos. El motor de su parloteo produjo un monologo que no quería comunicar nada sino paralizar a los otros, dejarlos sin habla en un plano discursivo en el que no hay diálogo sino autismo.
En el parloteo no hay Otro, no se le quiere decir nada al Otro, hay sólo una demanda sin sujeto, pues este es negado, eclipsado, ausente, no está presente sino por su falta en el concepto de quien se pone en emisor del discurso único. El blablabla es una forma degradada de la palabra, una palabra vacía, fática, sin metafora ni partenaire, pues quien habla ha caído bajo el dominio de lo pulsional, goza de no comunicar nada.
El blablablá privilegia el goce y no la relación, instalándose en el goce Uno, que prescinde del otro. Es como gozar masturbándose y sin necesidad del cuerpo y del afecto del otro.
En el goce de blablabla, no-hay-diálogo, es un monólogo autista del goce, que impone el principio del placer sin atender a la realidad, pues se encarga incluso de ingeniarse para darle vida a sus fantasías o fantasmas.
De ahí la necesidad de que surjan quienes actúen a contracorriente de este discurso, introduciendo el sin-sentido; quienes no se dejen envolver y traigan a este discurso blablatico a la realidad, que le echen en cara de que "ese blabla no quiere decir nada"; desenmascarando el trabajo del inconsciente que encubre el goce de gozar de la perplejidad y de la anulación de los otros.
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