Dije alguna vez que la cumbia villera se parece a los transgénicos porque provoca la extinción de las especies nativas. Era una defensa del huayño, la cueca, el bailecito, la kullawada y otros bailes nativos contra la arremetida de ese híbrido que nos invadió durante un tiempo del modo más descontrolado.
Era una broma, pero se ha vuelto un tema serio, y ya no por mediación de la cumbia vishera sino por la aprobación inminente de la Ley de Revolución Productiva, Comunitaria y Agropecuaria, que abre las puertas a la importación de semillas genéticamente modificadas de soya, cebada, remolacha, zapallo, tomate, caña de azúcar y otras especies. Los analistas dicen que en Bolivia se cultiva soya transgénica desde hace más de una década, y que los alimentos donados desde 1997 contienen transgénicos, que también podemos encontrar en más de 50 productos elaborados con materia prima transgénica: frutas, enlatados, papa, tomate, manzana, uva, galletas, yogurt, margarina, jugos y otros alimentos importados legal o ilegalmente. El problema radica en comprar semilla transgénica a transnacionales como Monsanto, Bayer o Cargill, porque crea una dependencia en la compra de dichas semillas y porque dicha semilla está ligada al glifosato, un químico que destruye las especies nativas. Entre estas últimas, se ha denunciado que en Colombia se usa el glifosato para erradicar los cultivos de coca.
Hay informes de la FAO y la Unesco que condenan el negocio transgénico porque está unido a un modo de producción agrícola depredador, debido a que usa venenos agroindustriales que contaminan las especies nativas. Como prueba, citan una demanda de 270 mil agricultores orgánicos contra Monsanto ante una corte de Nueva York, porque las semillas orgánicas no pueden coexistir con las semillas transgénicas. Como se sabe, Bolivia es el lugar de origen de todos los ajíes, de la hoja de tabaco, de la coca y de cientos de variedades de maíz, papa, quinua, nuez amazónica, frejoles, maní y raíces andinas y otros cultivos en los cuales se basa la soberanía alimentaria del mundo.
Entre los venenos agroindustriales hay que destacar el glifosato, que es también una amenaza para la salud humana.
Los cultivos transgénicos no son cultivos de alimentos para solucionar el hambre en el mundo; son negocios de inversores capitalistas para acomodarlos en el mercado que mejor dé réditos; por ejemplo, la fabricación de agrocombustibles a partir del maíz, la soya y la caña de azúcar. Los estudiosos dicen que la zona agrícola del planeta podría alimentar a 12 mil millones de habitantes, el doble de la población actual, pero las prioridades de los inversionistas son otras. Por eso alientan el uso de transgénicos.
¿Qué ha podido ocurrir para que en abril de 2010 se declare a Bolivia “territorio libre de transgénicos” y a un año se abra las puertas a esos productos? Dos exsenadores ligados al partido oficial dicen que hay agentes neoliberales incrustados en el Gobierno, que conspiran contra la Constitución del Estado Plurinacional y restan argumentos a quienes se sienten parte del proceso sin ser necesariamente militantes del partido oficial.
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