NO sé qué va a pasar con Evo Morales, el indígena que gobierna Bolivia con aires populistas y anticapitalistas, si saldrá adelante con su revolución de los pobres, si se moderará con el tiempo o si lo sacarán del poder los militares y la burguesía occidentalizada. En algo va a fracasar, seguro: en su reciente campaña contra la impuntualidad.
Conseguir que los bolivianos sean puntuales es una batalla perdida. Lo dice la historia, y en toda la América hispana. Antes que él lo intentaron Alan García en Perú y Lucio Gutiérrez y Rafael Correa en México. Fracaso absoluto. Escribe Joaquín Ibarz en La Vanguardia que los latinoamericanos nunca llegan a su hora a ninguna cita. Más aún, la impuntualidad es como una seña de identidad de aquella tierra, en la que lo único que comienza a la hora anunciada son las corridas de toros.
Es una patología colectiva que no conoce clases sociales ni religiones. Como una epidemia continental. La presidenta argentina, Cristina Fernández, la simboliza a la perfección. Siempre llega tarde, a cualquier parte que vaya y sea quien sea el que la aguarda. Cuando viajó hace meses a Madrid hizo esperar al Rey de España cuarenta minutos en la cena de gala a la que la invitó en el Palacio de Oriente. Todavía se recuerda que en la cumbre del G-20 se retrasó, como es hábito, y los líderes mundiales tuvieron que repetir la foto oficial para que también apareciera la primera dama argentina. Pero de México a la Patagonia, las demoras en actos oficiales, citas de negocios y otras contingencias más cotidianas son moneda común.
No sé si esta falta de formalidad y precisión tiene algo que ver con el clima, que invita a la galbana y la calma chicha, o es una herencia española relacionada con nuestras largas sobremesas y charlas morosas. La verdad es que aquí, en la metrópoli, a pesar de los horarios inconcebibles, se va imponiendo un modo de vida más medido y cronometrado, en el que las citas tienden a no incumplirse más allá de los minutos de tolerancia o cortesía. Pero todavía son muchos los españoles impuntuales. Unos lo son voluntariamente, para darse pisto, porque se creen más importantes socialmente si llegan tarde por sistema; otros quisieran cumplir, pero tienen la cabeza tan desorganizada que nunca lo consiguen. Los hay que echan mano del socorrido truco de adelantarse quince minutos el reloj para llegar a tiempo, aunque agobiados por la hora ficticia con la que se engañan, y también los hay, más que nada en el mundo rural, que si quedan contigo te dicen "por la mañana" o "por la tarde", sin especificar más. Tener prisa en determinados ambientes es tontería.
Lo mejor de ser Rey es que nunca llegas tarde: hasta que uno no se sienta nunca empieza el acto. Sea por la mañana o por la tarde.
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