La Cumbre del Clima, con la cabeza caliente y los pies helados
La Cumbre de Copenhague ha entrado en su tramo ministerial marcada por los graves incidentes callejeros provocados por grupos antisistema, el caos organizativo y el escepticismo en torno a las posibilidades de un compromiso real y no una mera declaración de intenciones o un marco de buenas voluntades. Las expectativas generadas en torno al desenlace de una cita que debía sentar las bases de un desarrollo sostenible y de una lucha global contra el fenómeno del cambio climático no respondían a posiciones reales de los negociadores a la vista del curso que ha tomado el encuentro. El objetivo de conjugar los intereses de los países en desarrollo con los de las naciones ricas se ha complicado extraordinariamente, como, por otra parte, era previsible en un asunto de tantas aristas, en el que se mezclan razones económicas, laborales, políticas y sociales. En este punto, un consenso real debe ser la única opción y no un simulacro para salvar la cara de los políticos de turno. El desastre organizativo de la Cumbre tampoco ayuda a crear el clima más adecuado para un desenlace positivo. Los supuestos adalides del medio ambiente han ofrecido una imagen que genera desconfianza y descrédito sobre un encuentro que no ha sido precisamente un ejemplo de compromiso ecológico.
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