La relación anterior mostraba al país dudosamente atractivo para la inversión extranjera. Con el barril a $us 50, ya no queda la menor duda. No somos atractivos
El país que recibe inversión petrolera extranjera (estatal o privada), si cuenta con una entidad petrolera especializada, se beneficia de acervo tecnológico que traen consigo estas empresas porque son las generadoras y portadoras de los métodos más avanzados para encontrar petróleo. Nosotros nos hemos autoaislado de contar con ese beneficio.
Después de la llamada “nacionalización” de los hidrocarburos, en cumplimiento de la Ley de Hidrocarburos 3058 vigente, se renegociaron los contratos con las empresas petroleras que trabajan en el país.
Terminada una ardua y difícil negociación, en tono triunfalista, el 3 de junio de 2007, se anunció que se habían firmado “los contratos petroleros más difíciles del mundo”. Así hemos iniciado oficialmente nuestro proceso de autoaislamiento.
Esa declaración, tenía un doble mensaje: tenemos suficientes reservas de petróleo y gas así que no necesitamos, ni es bienvenida, la inversión extranjera en el sector.
El tono antiinversión extranjera de la declaración oficial, no era el más apropiado porque justamente en los 10 años previos este tipo de inversión logró que se descubran reservas de petróleo y gas que dieron un sentido de autosuficiencia que se refleja en la declaración aludida.
YPFB continuamente reporta importantes inversiones en exploración, pero ninguna es exitosa. Parecería que la empresa estatal no tiene la tecnología con la que contaban las extranjeras que lograron los descubrimientos previos.
El aporte tecnológico de inversiones privadas para exploración en nuestro país ha sido innegablemente bueno. Lo inició la Standard Oil descubriendo los campos de Bermejo, Sanandita y Camiri. Después Bolivian Gulf Oil Co (BOGOC) descubrió petróleo al norte de Río Grande en Caranda y los campos de gas y condensado Colpa y Río Grande, así como cerca a una decena de otros campos más pequeños al norte de Santa Cruz. A finales del siglo XX, capitalizando sobre todo los estudios realizados anteriormente, las empresas Petrobras, Total, Repsol, British gas, British Petroleum y Pluspetrol volcaron sus esfuerzos en búsqueda de campos de gas y condensado. Los resultados fueron excelentes habiéndose descubierto los actuales megacampos en producción.
Desde entonces han pasado 8 años y los hechos nos muestran que el consumo del mercado interno y los compromisos de exportación serán cumplidos a duras penas, porque no se ha logrado ningún incremento importante en el descubrimiento de reservas nuevas.
Agravando nuestro autoaislamiento, en ese mismo periodo se aprobó la nueva CPE, una serie de leyes sectoriales y muchos decretos supremos, que sumados a los hechos de ocupación de tierras y minas y otros desmanes, ha dotado a nuestro país de una lamentable figura de inseguridad jurídica.
Con ese escenario de fondo, se debe tomar nota que los megacampos descubiertos y en operación están en la zona llamada tradicional del país (al sur de Santa Cruz) y parecería poco probable descubrir más megacampos.
Esta situación hace imperioso que los esfuerzos exploratorios se vuelquen al área no tradicional en la zona subandina, al norte de Santa Cruz y La Paz. Las condiciones naturales de esas áreas son totalmente diferentes a las que YPFB y otras empresas petroleras tuvieron que enfrentar durante los pasados 70 años. Es densamente boscosa, surcada por muchos ríos, sujeta a precipitaciones pluviales muy fuertes y al momento prácticamente inaccesible por carretera. YPFB no tiene la tradición ni tecnología para enfrentar esas difíciles condiciones de trabajo. En cambio las petroleras internacionales tienen experiencia en zonas similares.
La relación anterior, aun con $us 100/bbl de petróleo, más las promesas de cambios de ley e incentivos no cumplidos, mostraba al país dudosamente atractivo para la inversión extranjera. Con el barril a $us 50, ya no queda la menor duda. No somos atractivos a la inversión privada internacional.
El autor es ingeniero petrolero