Lula y Evo
Cuando Luiz Inacio Lula da Silva llegó al poder en el año 2003 luego de varios intentos, reconoció que Brasil era un país de hambrientos y propuso un solo objetivo para su mandato: “Hambre cero”. Poco antes de cumplir dos gestiones que lo obligan a alejarse de la presidencia a principios del 2011, es posible comprobar que, si bien no llegó a erradicar completamente la desnutrición, ha conseguido que el 93 por ciento de los niños y el 82 por ciento de los adultos en Brasil coman tres veces por día.
Lula acaba de sumar a la larga lista de reconocimientos internacionales, entre los que se encuentra el nombramiento como el líder más influyente del mundo, según la revista Time, la declaración como el “campeón global del combate al hambre”, galardón otorgado por la FAO y el Programa Mundial de Alimentos de la ONU.
Mientras se ocupaba de una tarea fundamental, que ha implicado por supuesto, producir más, exportar más, generar empleos y mejorar las condiciones de vida de los brasileños, Lula ha conseguido que Brasil se ubique entre las grandes potencias del mundo, entre los principales productores de petróleo y políticamente ha posicionado al gigante sudamericano como el líder continental, con la capacidad de interactuar de tú a tú con las naciones más poderosas del planeta.
Lo que ha conseguido Lula es el resultado claro de reconocer una realidad para corregirla y proceder como corresponde, es decir, poniendo los caballos delante del carro y no al revés como ha ocurrido en Bolivia, con otro líder sindical que llegó al poder con las mismas expectativas y esperanzas que había despertado el barbado obrero metalúrgico. Lula no creyó que estaba reinventando el país y aplicó con mucho esmero las políticas que ya había iniciado su predecesor, un estadista de la talla de Fernando Henrique Cardoso. Su gran aporte fue aprovechar un inmenso carisma para unir a los brasileños e insuflar en la administración estatal el componente social que hacía falta.
En Bolivia se nos dijo que en unos años más seremos como Suiza y desde que Evo Morales pisó el Palacio Quemado, sus colaboradores no han parado de hacer esfuerzos por gestionarle el Premio Nóbel de la Paz. La realidad boliviana de estos años ha pasado por satélites, costosos aviones, armas rusas, cheques venezolanos, canchas sintéticas y guerras contra el capitalismo.
No se ha definido un objetivo claro que toque la vida de la gente. “Refundar el país” suena rimbombante pero el ruido de los estómagos vacíos de millones de bolivianos es más urgente. Se inventaron realidades fantasiosas en lugar de reconocer una triste historia de pobreza y marginación, niños que se mueren de diarrea, madres embarazadas que se mueren por falta de un médico, chicos sin escuela, hospitales sin medicinas, desafíos que podrían haber servido para generar acuerdos, en lugar de incentivar las divisiones con eso de las 36 nacionalidades y una serie de discursos que sólo han servido para perder tiempo valioso, recursos escasos y agravar aún más la fragmentación social de Bolivia.
Evo Morales siempre reconoce que necesita aprender más e identifica a quienes le ayudan a entender mejor el país. Alguna vez llamó “hermano mayor” a Lula. Que aprenda de él y no de quienes lo están llevando al fracaso.
Lula tuvo éxito en su Gobierno porque reconoció una realidad que había que cambiar. Evo inventa realidades de aviones y satélites.
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