La era de la desmoralización


Karen Arauz

Vivir en Bolivia es experimentar en el tiempo y en el espacio. Se sumerge uno en esas filmaciones “time laps” que muestran cómo cambia la luz y el aspecto de todo una enorme territorio desde el amanecer hasta la noche en apenas unos segundos. O se recorren miles de kilómetros de una vasta zona desde la cumbre de un nevado, hasta la profundidad de un rio tropical en fracciones de minutos. Este es un país vertiginoso, aunque a veces parece congelado en el tiempo y de pronto como si de la máquina del tiempo se tratara, se recorren cientos de años hasta toparse con imperturbables costumbres atávicas e ídolos de piedra. Todo pasa pero no pasa nada. La cantidad de información que nuestro cerebro trata de asimilar es vertiginosa y por momentos todo aturde, nada se entiende.

La observación cotidiana de cómo se van desarrollando las cosas en Bolivia, es realmente curioso. No tenemos nada de lo que podamos estar seguros o esperar que la lógica y el sentido común sea lo que prime. Hace muchos años que vivimos como en una montaña rusa impredecible. Lo que pasa es exactamente lo que jamás creeríamos podría pasar. En muchos aspectos, ni siquiera se trata de que hoy en día el acceso a la información es en tiempo real y por eso nos enteramos de cosas que siempre pasaron pero que no se llegaba a saber. Algo que tiene a la sociedad estupefacta, es el nivel de violencia y los grados de crueldad con la que ciertos elementos de la sociedad actúan, con cero sentido ni de decencia ni de conciencia. Pareciera que nos han invadido decenas de psicópatas que ni siquiera reconocen estar haciendo el mal.

En todas las sociedades existen crímenes de espanto, maltrato de niños y de mujeres. Pero los extremos a los que hemos llegado, parecerían sólo libretos de atroces novelas en las que pasma la imaginación de alguien que pueda crear personajes con ese nivel de perversidad. Y la sospecha recae sobre un consumo de drogas, que sumado al irrestricto acceso al alcohol, es lo que anula la razón y los escrúpulos.

Se convive con un lenguaje de una violencia antes no observada. La ciudadanía esta crispada pues ya no se espera lo mejor de una situación, por el contario, se recibe más incertidumbre. El Presidente se enferma y no cunde la ansiedad para saber la gravedad de lo que lo aqueja. Surgen especulaciones de todo tipo y lamentablemente, otra vez, el gobierno carece absolutamente de una voz que traiga serenidad en ningún aspecto. Múltiples voceros dan su propia versión y súbitamente, ronda el temor que algo peor que la realidad esté sucediendo. Y en minutos la ciudadanía toma conocimiento que el quebranto de la salud del Presidente es una gran incógnita pues para peor, no existe auxilio en su país que pueda ayudarle. Y de emergencia se traslada al exterior, dejando a todos en un suspenso total.

Porque no importa si te gusta o no el Presidente. No importa si piensas diametralmente opuesto o si su manera de conducir el país, la consideras totalmente errada. Es el Presidente y es de la incumbencia de todos lo que le pueda suceder. No es cuestión de sentimientos, es cuestión de estabilidad y certidumbre. Y si sucede lo que en los hechos sucedió y se va a Cuba porque “cinco médicos” en el país no acertaron con un diagnóstico correcto, -menos con el tratamiento adecuado-, qué puede esperar el ciudadano común. Uno de los graves problemas con el liderazgo que ejerce Evo Morales, es que no parece importarle el pueblo que preside. Todo lo hacen girar a su alrededor. Cuando lo que la gente espera es que sea él quien se ocupe y vele por los millones de bolivianos sin importar si lo votaron o no.

En medio de esa sensación de orfandad, quien se queda en su lugar por unos días, sólo fogonea indiscriminadamente con declaraciones duras, de confrontación permanente aumentando, -como si fuera poco-, esa sensación de vacío e intranquilidad. Y llega el Presidente y promulga una ley de ampliación de miles de hectáreas de cultivos de coca, sin reparar siquiera en las opiniones contrarias. Entendemos que el origen de su liderazgo está enraizado en los productores de coca de quienes, insólitamente, al llegar a la Presidencia del Estado, continúa siendo su máximo e imperecedero dirigente. Los que no tienen nada que ver ni con la coca y menos aún con sus derivados y que probablemente lo único que lo liga, sea el consumo de una o dos tazas de té de coca al año, no comprenden cómo es posible que no se admita, que mucha de esa inmensa producción esté criminalmente destinada a la fabricación de cocaína lo que estigmatiza y avergüenza a todos acá y más aún fuera de nuestras fronteras. Este no es bajo ningún concepto un país aburridor. Pero lo que sí es, es desmoralizador.