Sin contestarles directamente, el presidente de YPFB ya les dio la respuesta que dos empresas cementeras le solicitaron hace unos días, a propósito de proyectos de instalación de grandes fábricas de cemento en la frontera con Brasil y que necesitan la provisión de 10 millones de metros cúbicos de gas diarios, cuando menos. Carlos Villegas ha dicho que todo ese gas, además del volumen que se pueda incrementar en el futuro, tendrá como destino la exportación hacia Argentina, país con el que se ha comprometido pasar de 13,6 a 19 millones de metros cúbicos por día.
En otras palabras, lo que Villegas le ha dicho a las fábricas de cemento es lo mismo que le dijo a la Jindal para que de una vez tome la decisión de abandonar Puerto Suárez: No hay gas para los bolivianos, todo lo que produce Bolivia es para la exportación. En realidad se trata de la misma respuesta que han venido escuchando todas las industrias que han hecho planes para expandir sus proyectos o realizar emprendimientos nuevos en el país.
Fábricas de cerámica en El Alto, un ambicioso proyecto de GTL en Santa Cruz, planes de expansión de gas domiciliario (hay cañerías instaladas desde hace varios años) y numerosos emprendimientos en Tarija, “la Meca del gas”, han tenido que postergarse o archivarse por falta de gas. En este lapso y pese a la crisis energética originada en la nacionalización, Bolivia no le ha fallado jamás a Brasil en los envíos y con Argentina, aunque a los tropezones, se ha pasado de cinco a casi catorce millones en exportaciones de gas. Todo, pese a que la Constitución expresamente dice que la prioridad en el abastecimiento de gas debería ser el mercado interno.
La encrucijada que se le presenta al Gobierno, de “exportar o abastecer el mercado interno” es muy difícil desde la óptica del interés político del oficialismo, que necesita de manera imperiosa los recursos frescos que aporta el gas para alimentar el proyecto populista que ha puesto como meta principal “atornillarse” en el poder para siempre. Un plan de esa naturaleza es mucho más urgente y engulle recursos de manera descontrolada, pues necesita desarrollar toda una red clientelar que incluye a militares, movimientos sociales, sindicatos y todo aquel que esté dispuesto a apoyar al régimen a cambio de algo.
La plata del gas, constante y sonante que envían Brasil y Argentina, sirve para importar diesel, gasolina, GLP y mantener los carburantes congelados, para importar alimentos y evitar el colapso que podría haber ocasionado la pésima política de aprovisionamiento y por supuesto, para costear el aparato de defensa y seguridad, cuyos presupuestos han crecido en un más de un ciento por ciento en los últimos años, mientras que el dinero para la educación y la salud no ha experimentado gran variación.
Es tan perversa esta política que incluso ha puesto en peligro uno de los proyectos industriales estrella del Estado Plurinacional, la construcción de una planta de urea en el Chapare, donde hay comprometidos más de mil millones de dólares. Por la falta de gas, no solo se compromete el presente, sino también el futuro del país.
Sin energía no hay posibilidades de industrialización, de crecimiento, generación de empleos y tampoco existen perspectivas de avanzar de manera sostenida en la lucha contra la pobreza. Sin energía no hay la más mínima posibilidad de pensar en un futuro decente para Bolivia.
En otras palabras, lo que Villegas le ha dicho a las fábricas de cemento es lo mismo que le dijo a la Jindal para que de una vez tome la decisión de abandonar Puerto Suárez: No hay gas para los bolivianos, todo lo que produce Bolivia es para la exportación. En realidad se trata de la misma respuesta que han venido escuchando todas las industrias que han hecho planes para expandir sus proyectos o realizar emprendimientos nuevos en el país.
Fábricas de cerámica en El Alto, un ambicioso proyecto de GTL en Santa Cruz, planes de expansión de gas domiciliario (hay cañerías instaladas desde hace varios años) y numerosos emprendimientos en Tarija, “la Meca del gas”, han tenido que postergarse o archivarse por falta de gas. En este lapso y pese a la crisis energética originada en la nacionalización, Bolivia no le ha fallado jamás a Brasil en los envíos y con Argentina, aunque a los tropezones, se ha pasado de cinco a casi catorce millones en exportaciones de gas. Todo, pese a que la Constitución expresamente dice que la prioridad en el abastecimiento de gas debería ser el mercado interno.
La encrucijada que se le presenta al Gobierno, de “exportar o abastecer el mercado interno” es muy difícil desde la óptica del interés político del oficialismo, que necesita de manera imperiosa los recursos frescos que aporta el gas para alimentar el proyecto populista que ha puesto como meta principal “atornillarse” en el poder para siempre. Un plan de esa naturaleza es mucho más urgente y engulle recursos de manera descontrolada, pues necesita desarrollar toda una red clientelar que incluye a militares, movimientos sociales, sindicatos y todo aquel que esté dispuesto a apoyar al régimen a cambio de algo.
La plata del gas, constante y sonante que envían Brasil y Argentina, sirve para importar diesel, gasolina, GLP y mantener los carburantes congelados, para importar alimentos y evitar el colapso que podría haber ocasionado la pésima política de aprovisionamiento y por supuesto, para costear el aparato de defensa y seguridad, cuyos presupuestos han crecido en un más de un ciento por ciento en los últimos años, mientras que el dinero para la educación y la salud no ha experimentado gran variación.
Es tan perversa esta política que incluso ha puesto en peligro uno de los proyectos industriales estrella del Estado Plurinacional, la construcción de una planta de urea en el Chapare, donde hay comprometidos más de mil millones de dólares. Por la falta de gas, no solo se compromete el presente, sino también el futuro del país.
Sin energía no hay posibilidades de industrialización, de crecimiento, generación de empleos y tampoco existen perspectivas de avanzar de manera sostenida en la lucha contra la pobreza. Sin energía no hay la más mínima posibilidad de pensar en un futuro decente para Bolivia.
La encrucijada que se le presenta al Gobierno, de “exportar o abastecer el mercado interno” es muy difícil desde la óptica del interés político del oficialismo, que necesita de manera imperiosa los recursos frescos que aporta el gas para alimentar el proyecto populista que ha puesto como meta principal “atornillarse” en el poder para siempre.
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