La situación del gas boliviano se pone cada vez más complicada y la evolución del problema no sólo amenaza a las exportaciones sino también el abastecimiento del mercado interno. Los pronósticos que sonaban tremendistas hace un año y que hablaban de que Bolivia podría pasar a ser un importador de gas natural, ahora suenan más realistas que nunca. Si ocurrió con la gasolina y con el GLP, es obvio que también se mencione una inminente escasez de gas, ya que forma parte de la misma cadena productiva.
Aparentemente brasileños y argentinos, los únicos clientes del gas boliviano, ya se dieron cuenta de este peligro y están tomando sus previsiones. En Brasil, la importación de Gas Natural Licuado (GNL) ha ido creciendo de manera sistemática en los últimos años, en la misma medida que ha ido diluyéndose la credibilidad de Bolivia como proveedor seguro. Se calcula que para el 2013, el volumen de gas que importa por barco superará a las cantidades al gas natural que se bombean desde Santa Cruz.
Ahora que ya no está Lula en el poder, en Brasil ya no hay quién abogue por Bolivia, aunque sea “por lástima” y eso lo ha demostrado la nueva presidenta, Dilma Rousseff (que de energía sabe mucho) con el anuncio de la construcción de una nueva planta de regasificación de GNL en el estado de Bahía, con una capacidad de 14 millones de metros cúbicos diarios, la mitad de lo que representa el contrato con Bolivia, el mismo, que según algunos analistas será complicado de renovar una vez que se venza en el año 2019.
El caso argentino es muy parecido, sólo a que éstos les tomó mucho menos superar con el GLN las importaciones de gas natural boliviano. La consolidación de esta forma de aprovisionamiento sumada a las grandes reservas que fueron encontradas el año pasado en la Patagonia, alejan cada vez más aquella promesa de quintuplicar los envíos desde Bolivia. En ambos países y también en Perú, que hace años le arrebató a Bolivia su sitial de gran potencia gasífera, están aprovechando como corresponde los espacios vacíos que ha dejado nuestra industria y no sólo están copando importantes mercados, sino captando inversiones y desarrollando proyectos de industrialización que se prometieron hasta el cansancio y que la nacionalización de los hidrocarburos del MAS se encargó de estropear.
El Gobierno intentó enmendar con el gasolinazo todo el desastre que ocasionó la nacionalización en materia de inversiones. Esa es una opción que seguramente quedará archivada por mucho tiempo, aunque aún existe otra alternativa, consistente en volver a las condiciones anteriores a la promulgación de la actual Ley de Hidrocarburos, lo que equivaldría a una suerte de proceso de capitalización en versión “revolucionaria”. Por último, el MAS podría pensar también en cumplir su promesa de dejar el “gas para los bolivianos”, usarlo para el Mutún, para la agroindustria, para producir urea, cemento, para el uso vehicular y poner en marcha un sinnúmero de establecimientos industriales que están paralizados porque desde hace mucho les falta gas. Hay que hacerlo antes que se acabe y tengamos que importarlo.
Aparentemente brasileños y argentinos, los únicos clientes del gas boliviano, ya se dieron cuenta de este peligro y están tomando sus previsiones. En Brasil, la importación de Gas Natural Licuado (GNL) ha ido creciendo de manera sistemática en los últimos años, en la misma medida que ha ido diluyéndose la credibilidad de Bolivia como proveedor seguro. Se calcula que para el 2013, el volumen de gas que importa por barco superará a las cantidades al gas natural que se bombean desde Santa Cruz.
Ahora que ya no está Lula en el poder, en Brasil ya no hay quién abogue por Bolivia, aunque sea “por lástima” y eso lo ha demostrado la nueva presidenta, Dilma Rousseff (que de energía sabe mucho) con el anuncio de la construcción de una nueva planta de regasificación de GNL en el estado de Bahía, con una capacidad de 14 millones de metros cúbicos diarios, la mitad de lo que representa el contrato con Bolivia, el mismo, que según algunos analistas será complicado de renovar una vez que se venza en el año 2019.
El caso argentino es muy parecido, sólo a que éstos les tomó mucho menos superar con el GLN las importaciones de gas natural boliviano. La consolidación de esta forma de aprovisionamiento sumada a las grandes reservas que fueron encontradas el año pasado en la Patagonia, alejan cada vez más aquella promesa de quintuplicar los envíos desde Bolivia. En ambos países y también en Perú, que hace años le arrebató a Bolivia su sitial de gran potencia gasífera, están aprovechando como corresponde los espacios vacíos que ha dejado nuestra industria y no sólo están copando importantes mercados, sino captando inversiones y desarrollando proyectos de industrialización que se prometieron hasta el cansancio y que la nacionalización de los hidrocarburos del MAS se encargó de estropear.
El Gobierno intentó enmendar con el gasolinazo todo el desastre que ocasionó la nacionalización en materia de inversiones. Esa es una opción que seguramente quedará archivada por mucho tiempo, aunque aún existe otra alternativa, consistente en volver a las condiciones anteriores a la promulgación de la actual Ley de Hidrocarburos, lo que equivaldría a una suerte de proceso de capitalización en versión “revolucionaria”. Por último, el MAS podría pensar también en cumplir su promesa de dejar el “gas para los bolivianos”, usarlo para el Mutún, para la agroindustria, para producir urea, cemento, para el uso vehicular y poner en marcha un sinnúmero de establecimientos industriales que están paralizados porque desde hace mucho les falta gas. Hay que hacerlo antes que se acabe y tengamos que importarlo.
Aparentemente brasileños y argentinos, los únicos clientes del gas boliviano, ya se dieron cuenta de este peligro y están tomando sus previsiones. En Brasil, la importación de Gas Natural Licuado (GNL) ha ido creciendo de manera sistemática en los últimos años, en la misma medida que ha ido diluyéndose la credibilidad de Bolivia como proveedor seguro.
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