65 personas murieron en octubre de 2003 por la consigna “Gas para los bolivianos”, que enarbolaron los actuales gobernantes, quienes además de conducir a esa gente al martirio, destruyeron un proyecto energético de proporciones continentales, cuyas exequias finales estamos presenciando en estos días.
Con la confirmación de que Bolivia tiene apenas un tercio de las reservas que se calculaban hace siete años, no sólo se puede afirmar con toda certeza que esas muertes ocurrieron en vano, sino que se ha sepultado también y tal vez para siempre, el proyecto de convertir a Bolivia en la potencia gasífera del Cono Sur.
Si las autoridades del Gobierno, desde el Vicepresidente hasta el titular de YPFB, afirman que las reservas de gas calculadas hace una década estaban infladas, tienen que admitir entonces que ellos mismos engañaron al pueblo y que condujeron a la muerte a esos 65 bolivianos, sabiendo que se estaba peleando por nada. Esa es una gran falacia, como lo fue la nacionalización de los hidrocarburos y como lo sigue siendo el planteamiento de la recuperación de los recursos naturales para beneficio de los bolivianos. En este momento a Bolivia apenas le alcanza el gas para abastecer a los mercados de exportación y cada vez le queda menos para los consumidores nacionales. Sigue en las mismas condiciones aquella señora que cocinaba a leña el 2003 y por la que supuestamente se fue a una Guerra y además de ella, han comenzado a sufrir también las cementeras, las industrias de cerámica de El Alto y los habitantes de Tarija, que debieron postergar hace años los proyectos de expansión de la red de gas domiciliaria. Habrá que prepararse para seguir usando por muchos años más la incómoda y costosa garrafa de GLP, aunque existe el riesgo de que se terminen agotando las divisas que usa el Gobierno para importar este combustible. En esas circunstancias lo más seguro seguirá siendo la poca leña que dejen los chaqueos.
Y no es que los 27 ó 30 trillones de metros cúbicos de gas que se calculaban en el pasado hayan desaparecido o se hubieran esfumado. Esa era una estimación sobre la base de la actividad petrolera de esa época, de los proyectos existentes, las inversiones y sobre todo los mercados comprometidos. Era una fotografía que mostraba las perspectivas del gas boliviano, que por cierto, eran muy prometedoras, tanto que Brasil transformó su matriz energética sobre la base de esos cálculos. El hecho de que hoy se calculen un poco más de ocho trillones, aunque hay otros que afirman que son seis (lo mismo da), es la muestra del nivel al que ha caído la industria, refleja su destrucción, la sequía de capitales que la rodea, la ausencia de planes de exploración, en otras palabras y para usar términos de un especialista, la peor tragedia que ha sufrido este sector, cuyo dinamismo en su momento, llevó a los actuales conductores del régimen a montar sobre él un proyecto político que ahora no sabe cómo reemplazarlo.
La caída de las reservas de gas tampoco es señal de que ese proceso no se pueda revertir. El problema es que mientras en 2003 el gas era escaso, hoy sobra en el mundo y Bolivia está rodeado de nuevas potencias gasíferas, que incluso podrían convertirse en nuestros proveedores, con gas más barato y sobre todo, más seguro.
Mientras en 2003 el gas era escaso, hoy sobra en el mundo y Bolivia está rodeado de nuevas potencias que podrían proveernos más barato.
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