Marcelo Gonzales Yaksic*
En días pasados, el periódico New York Times ha informado que en Afganistán se habrían descubierto enormes yacimientos de litio, entre otros minerales valiosos.
Todos ya sabemos que Afganistán es un país sin historia en minería; pero destaca por los altos niveles de corrupción, el tráfico de opio y estupefacientes; las luchas internas entre el gobierno central y los regionales, los intereses que lo gobiernan, y el gran entusiasmo de los talibanes por defender sus recursos naturales de los ocupantes imperialistas.
Esta imagen de un país devastado por la guerra y las invasiones resulta muy similar a la que Bolivia ha vendido los últimos cinco años con mucho éxito pero con algunos matices diferenciadores.
El nuestro es un país con mucha historia en minería; también tiene litio en abundancia, altos niveles de corrupción, exporta cocaína; soporta luchas de poder entre el gobierno central y los regionales, estimula contactos con intereses extranjeros oscuros, y se jacta con orgullo por haber luchado contra la “rapiña” de los invasores imperialistas, para defender sus recursos naturales.
Los talibanes afganos y los masistas bolivianos pueden alegrase recordando la trama de la película “Avatar” de James Cameron, que destaca la lucha de un pueblo, originariamente extraterrestre, por la defensa de sus riquezas naturales frente al avasallamiento de una empresa transplanetaria y capitalista que, acompañada de una potente fuerza armada, fracasa en su empeño de obtener un precioso y lucrativo mineral.
Pero lo irónico del caso es que ni los talibanes o menos los masistas saben qué hacer con semejantes riquezas, luego de haber defendido esos recursos naturales de sus territorios. En la paradoja boliviana, los cortesanos masistas ya se dieron cuenta del monumental error cometido cuando se perdió la gran oportunidad en pleno auge del petróleo (2005-2008) y que ahora saben que necesitan de fuertes inversiones para explotar el mineral y de una avanzada tecnología que sólo el imperio tiene, y que los socios iraníes, norcoreanos, venezolanos y cubanos no la conocen ni la poseen.
El enigmático equipo asesor de Evo Morales muy subrepticiamente le ha sonreído al enemigo imperialista, proponiéndole inaugurar una embajada en Corea del Sur, un “satélite del imperio”, desde la que se introducirá en Bolivia el modelo industrial que permita aprovechar al máximo los recursos de litio. Pero el imperio ya le puso una condición: 100% litio - 0% cocaína, que en términos reales resulta imposible de cumplir. Con la cocaína hasta el cuello, sólo cabe suponer que los bolivianos perderemos, otra vez, una gran oportunidad para lograr la industrialización local de más de la mitad de las reservas mundiales de litio. Entre tanto, nuestros vecinos están empeñadísimos en crear incentivos para atraer inversionistas y operadores internacionales para la industria del litio. Seguro que Chile y Argentina tendrán más éxito a la hora de enriquecer a sus gobiernos y aumentar el nivel de vida de sus poblaciones con la explotación de este mineral, entre otros factores de desarrollo que no son patrimonio del resentimiento político de aquellos socios antiimperialistas.
Afganistán tiene su tubería para exportar opio y Bolivia tiene la suya para despachar cocaína, lo que los ha convertido en países con serios problemas de estabilidad y con democracias muy contaminadas. Nuestra excesiva dependencia de los recursos naturales, incluida la coca, parece ser una maldición irreversible y permanente. Este escenario nos coloca otra vez ante el dilema: atraso con cocaína o desarrollo con litio. Evo tendrá que decidir bien o lo haremos todos los bolivianos y bolivianas haciendo uso de esos mecanismos democráticos que él nos ha enseñado.
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