Concluyo la trilogía dedicada al programa del bioetanol, analizando aspectos relacionados con el medio ambiente. Normalmente se enfatizan tres ventajas “ecológicas”.
Para empezar, el reemplazo de una fuente fósil (el petróleo) por una fuente renovable (la caña de azúcar) con relevantes implicaciones sociales resulta muy “sexy”. Luego, se afirma, con razón, que la mezcla de gasolina y bioetanol es una gasolina “verde”, en el sentido que los gases de escape contienen menos sustancias nocivas a la salud, especialmente cuando el bioetanol reemplaza el plomo con el fin de mejorar el octanaje. Y, finalmente, se hace hincapié en que las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero se reducen entre un 40% y 80%, debido al menor contenido de carbono del bioetanol.
Sin embargo, cada una de esas afirmaciones tiene sus detractores.
Algunos investigadores ponen en duda que la producción a gran escala de caña de azúcar tiene características no renovables, debido al deterioro de la tierra cultivada en tiempos cortos y a la necesidad de utilizar agua, fertilizantes, pesticidas y herbicidas en grandes cantidades, sin contar los efectos secundarios que suelen acompañar a los monocultivos. De hecho, se ha mencionado que el incremento de los cañaverales (de 150 mil a 330 mil Has en siete años) requerirá de miles de toneladas de urea; ¡un alivio para la cuestionada Planta de Bulo Bulo!
Semejantes extensiones de tierra requieren el uso de vehículos agroindustriales que queman energía fósil (diesel subvencionado) y que ponen en duda las ventajas en cuanto a emisiones de gases de efecto invernadero calculadas considerando tan sólo el consumo de gasolina.
A su vez, la expansión de la frontera agrícola, asociada a la proyección anterior, pone en el tapete el problema del uso de la tierra. ¿Se desboscará? ¿Se convertirán a la caña de azúcar tierras que ahora producen cosechas menos económicas? ¿O se habilitarán tierras estériles? En todo caso, antes de pensar en incrementar la frontera agrícola hay que mejorar la productividad de la tierra, en la cual seguimos a la cola de la región.
Y, no último, está el tema de la seguridad alimentaria. Es cierto que el azúcar no es considerado un alimento y que de la caña se extrae azúcar y alcohol, pero ya se ha escuchado sectores agroindustriales exigiendo incorporar al programa del bioetanol sus cultivos de cereales (hoy el sorgo, mañana tal vez el maíz). A este respecto, el presidente Evo Morales ha defendido en el pasado que los cereales son alimentos y de ninguna manera debería permitirse su transformación en combustibles. Por un mínimo de consecuencia, el actual Gobierno debe cuidar la seguridad alimentaria del país, permitiendo exportar los cereales excedentes, pero no transformándolos en combustibles.
Al margen de la discusión anterior, me pregunto si el programa del bioetanol es el único que permite solucionar la inseguridad energética en la cual nos encontramos debido a la importación cada vez mayor de combustibles. Por ejemplo se podría dar uso pleno a la Planta Separadora de Gran Chaco y extraer mayor cantidad de licuables de la corriente de gas que exportamos. Es posible que con esa solución podamos reemplazar toda la gasolina que hoy importamos.
Otra alternativa es un giro en la política energética errática de los últimos 12 años que apunte a incrementar las reservas de hidrocarburos, ajustando el modelo estatista secante que ha creado problemas que ahora se intenta solucionar con proyectos improvisados.
En resumen, parece evidente que el ingreso del país a la “era del etanol” amerita una mayor discusión debido a las complejas aristas que implica ese programa.
El autor es físico y analista.
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