“La Hora del Planeta” no es buena para el mundo
A las 8:30 pm del sábado, se espera que alrededor de mil millones de personas en todo el mundo apaguen las luces durante una hora como una declaración política contra el cambio climático y los combustibles fósiles, y en apoyo a las reducciones de carbono y las energías renovables.
Esta acción para hacer sentir bien a la gente, no sólo no consigue absolutamente nada para el planeta, sino que además no tiene en cuenta lo que realmente necesitan los más pobres del mundo en este momento, precisamente más luz y energía, no oscuridad.
Concebida por la World Wildlife Fund (WWF) en Australia en 2007, La Hora del Planeta se ha expandido como un acontecimiento mundial, con espacios públicos que se sumarán al “apagón” y reuniones de grupos de personas con velas encendidas en algunos sitios.
De acuerdo con los organizadores, “La Hora del Planeta muestra cómo cada uno de nosotros podemos ser héroes de nuestro planeta.”
Esta grandiosa afirmación pasa por alto el hecho de que esta gran campaña ahorra, a lo sumo, la cantidad equivalente a las emisiones de carbono de China durante menos de cuatro minutos.
Y este cálculo se efectúa siendo muy generosos en la suposición. De hecho, un pequeño descenso en el consumo de electricidad en realidad no se traduce en menos energía derivada a la red eléctrica, por lo tanto no se reduce el nivel de emisiones. Mientras que cualquier caída significativa de la demanda de electricidad supone una reducción temporal de las emisiones de CO2, esto es contrarrestado en parte por la sobrecarga de disparar la actividad de las centrales eléctricas de carbón o de gas para restaurar el suministro eléctrico después de este proceso.
¿Qué hay de esas velas “ecológicas” que encienden multitud de participantes? Están dentro de la categoría de combustibles fósiles y consumen casi 100 veces menos eficientemente que las bombillas incandescentes. El uso de una vela por cada bombilla apagada en realidad anula incluso la reducción teórica de CO2; utilizar dos velas implica que se emita más CO2.
La Hora del Planeta se celebra en gran medida en las zonas ricas y urbanas. En todo el mundo hay alrededor de 1,3 mil millones de personas que viven en los países en vías de desarrollo; esta parte de la población no tendrá ni siquiera la opción de elegir si participa o no. Principalmente, porque estarán viviendo sin una red eléctrica digna la noche del sábado, al igual que todas las noches.
Cada vez más, las naciones ricas del mundo insisten en que estas personas —las poblaciones pobres— no deberían tener acceso a nuevos combustibles fósiles. La ayuda externa está cada vez más ligada a proyectos de energía renovable, tales como la construcción de plantas de energía solar y eólica, o diminutos generadores “de funcionamiento sin red eléctrica”. Esto tiene un coste real y son los más desfavorecidos del mundo quienes lo pagan.
Esto parece más bien hipócrita: el mundo rico depende en gran medida de los combustibles fósiles, obteniendo sólo el 10 por ciento de su energía de fuentes renovables. Es necesario comparar este dato con África, que obtiene el 50 por ciento de su consumo de energía, mucho menor que el del primer mundo, de las energías renovables.
Claramente, la energía renovable significa algo diferente si usted vive en una zona remota de África que si usted es un defensor del medio ambiente, cargado de buenas intenciones, en el mundo rico. Debido a la pobreza, casi 3 mil millones de personas en todo el mundo todavía cocinan y calientan sus casas con madera, ramas y estiércol. Y más de 4 millones de personas mueren prematuramente cada año debido a los humos tóxicos resultantes y la contaminación del aire interior.
Incluso en los países ricos, donde se han construido la mayoría de plantas de energía solar y eólica, estas fuentes de energía renovable suponen sólo el 1 por ciento de la energía total, según la Agencia Internacional de la Energía. En su lugar, la madera representa más de la mitad de toda la energía renovable del primer mundo, con la energía hidráulica que contribuye en un 25 por ciento. La energía eólica y solar supone sólo una décima parte de las renovables, que en sí misma es una décima parte de toda la energía.
Ahora bien ¿por qué la energía solar o eólica no se ha implantado en todo el mundo? A pesar de oír constantemente que es más barata o que está cerca de ser más barata que los combustibles fósiles, la tecnología todavía no es eficiente, barata o suficientemente fiable para resultar competitiva. Por este motivo hemos tenido que dar este año más de 115 mil millones de dólares en ayudas a la energía solar y eólica. Con un precio de la electricidad que suele ser inferior a 10 centavos de dólar por kWh, subvencionamos cada kWh de energía solar a 27 centavos de dólar.
Un análisis realizado por el Centro para el Desarrollo Mundial concluyó que invirtiendo 10 mil millones de dólares en energía renovable, se podría sacar a una persona de la oscuridad y por lo tanto de la pobreza con un coste de alrededor de 500 dólares. El uso de la electricidad mediante estaciones de gas sería cuatro veces más barato. Insistir en energías renovables, en lugar de gastar esos 10 mil millones de dólares en gas supone dejar, deliberadamente, a 70 millones de personas en la oscuridad y la pobreza.
Y las encuestas realizadas en el mundo pobre muestran que lo que realmente quieren es suministro eléctrico, tal y como tienen en el primer mundo. En el futuro previsible, que en su mayor parte la energía provenga de combustibles fósiles, al igual que en los países ricos.
Lo que necesita el planeta no es un inútil y breve gesto político para sentirse mejor como la Hora del Planeta, sino una inversión mayor y constante en investigación y desarrollo de energía verde. Sólo cuando la energía solar y eólica sea eficaz y competitiva, el mundo entero será capaz de permitirse el lujo de decir adiós definitivamente a los combustibles fósiles.
Celebrar la oscuridad sobre la luz es una metáfora apropiada para un movimiento ecologista mundial que ha perdido su camino y no está debatiendo a favor de medidas más inteligentes para los pobres del mundo, ni para el planeta.
El autor es director del Copenhagen Consensus Center
Esta acción para hacer sentir bien a la gente, no sólo no consigue absolutamente nada para el planeta, sino que además no tiene en cuenta lo que realmente necesitan los más pobres del mundo en este momento, precisamente más luz y energía, no oscuridad.
Concebida por la World Wildlife Fund (WWF) en Australia en 2007, La Hora del Planeta se ha expandido como un acontecimiento mundial, con espacios públicos que se sumarán al “apagón” y reuniones de grupos de personas con velas encendidas en algunos sitios.
De acuerdo con los organizadores, “La Hora del Planeta muestra cómo cada uno de nosotros podemos ser héroes de nuestro planeta.”
Esta grandiosa afirmación pasa por alto el hecho de que esta gran campaña ahorra, a lo sumo, la cantidad equivalente a las emisiones de carbono de China durante menos de cuatro minutos.
Y este cálculo se efectúa siendo muy generosos en la suposición. De hecho, un pequeño descenso en el consumo de electricidad en realidad no se traduce en menos energía derivada a la red eléctrica, por lo tanto no se reduce el nivel de emisiones. Mientras que cualquier caída significativa de la demanda de electricidad supone una reducción temporal de las emisiones de CO2, esto es contrarrestado en parte por la sobrecarga de disparar la actividad de las centrales eléctricas de carbón o de gas para restaurar el suministro eléctrico después de este proceso.
¿Qué hay de esas velas “ecológicas” que encienden multitud de participantes? Están dentro de la categoría de combustibles fósiles y consumen casi 100 veces menos eficientemente que las bombillas incandescentes. El uso de una vela por cada bombilla apagada en realidad anula incluso la reducción teórica de CO2; utilizar dos velas implica que se emita más CO2.
La Hora del Planeta se celebra en gran medida en las zonas ricas y urbanas. En todo el mundo hay alrededor de 1,3 mil millones de personas que viven en los países en vías de desarrollo; esta parte de la población no tendrá ni siquiera la opción de elegir si participa o no. Principalmente, porque estarán viviendo sin una red eléctrica digna la noche del sábado, al igual que todas las noches.
Cada vez más, las naciones ricas del mundo insisten en que estas personas —las poblaciones pobres— no deberían tener acceso a nuevos combustibles fósiles. La ayuda externa está cada vez más ligada a proyectos de energía renovable, tales como la construcción de plantas de energía solar y eólica, o diminutos generadores “de funcionamiento sin red eléctrica”. Esto tiene un coste real y son los más desfavorecidos del mundo quienes lo pagan.
Esto parece más bien hipócrita: el mundo rico depende en gran medida de los combustibles fósiles, obteniendo sólo el 10 por ciento de su energía de fuentes renovables. Es necesario comparar este dato con África, que obtiene el 50 por ciento de su consumo de energía, mucho menor que el del primer mundo, de las energías renovables.
Claramente, la energía renovable significa algo diferente si usted vive en una zona remota de África que si usted es un defensor del medio ambiente, cargado de buenas intenciones, en el mundo rico. Debido a la pobreza, casi 3 mil millones de personas en todo el mundo todavía cocinan y calientan sus casas con madera, ramas y estiércol. Y más de 4 millones de personas mueren prematuramente cada año debido a los humos tóxicos resultantes y la contaminación del aire interior.
Incluso en los países ricos, donde se han construido la mayoría de plantas de energía solar y eólica, estas fuentes de energía renovable suponen sólo el 1 por ciento de la energía total, según la Agencia Internacional de la Energía. En su lugar, la madera representa más de la mitad de toda la energía renovable del primer mundo, con la energía hidráulica que contribuye en un 25 por ciento. La energía eólica y solar supone sólo una décima parte de las renovables, que en sí misma es una décima parte de toda la energía.
Ahora bien ¿por qué la energía solar o eólica no se ha implantado en todo el mundo? A pesar de oír constantemente que es más barata o que está cerca de ser más barata que los combustibles fósiles, la tecnología todavía no es eficiente, barata o suficientemente fiable para resultar competitiva. Por este motivo hemos tenido que dar este año más de 115 mil millones de dólares en ayudas a la energía solar y eólica. Con un precio de la electricidad que suele ser inferior a 10 centavos de dólar por kWh, subvencionamos cada kWh de energía solar a 27 centavos de dólar.
Un análisis realizado por el Centro para el Desarrollo Mundial concluyó que invirtiendo 10 mil millones de dólares en energía renovable, se podría sacar a una persona de la oscuridad y por lo tanto de la pobreza con un coste de alrededor de 500 dólares. El uso de la electricidad mediante estaciones de gas sería cuatro veces más barato. Insistir en energías renovables, en lugar de gastar esos 10 mil millones de dólares en gas supone dejar, deliberadamente, a 70 millones de personas en la oscuridad y la pobreza.
Y las encuestas realizadas en el mundo pobre muestran que lo que realmente quieren es suministro eléctrico, tal y como tienen en el primer mundo. En el futuro previsible, que en su mayor parte la energía provenga de combustibles fósiles, al igual que en los países ricos.
Lo que necesita el planeta no es un inútil y breve gesto político para sentirse mejor como la Hora del Planeta, sino una inversión mayor y constante en investigación y desarrollo de energía verde. Sólo cuando la energía solar y eólica sea eficaz y competitiva, el mundo entero será capaz de permitirse el lujo de decir adiós definitivamente a los combustibles fósiles.
Celebrar la oscuridad sobre la luz es una metáfora apropiada para un movimiento ecologista mundial que ha perdido su camino y no está debatiendo a favor de medidas más inteligentes para los pobres del mundo, ni para el planeta.
El autor es director del Copenhagen Consensus Center
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