La IX marcha de los indígenas de tierras bajas plantea algunas interrogantes que sugieren una reflexión en torno a la naturaleza del enfrentamiento y sus connotaciones sociológicas y políticas. La VIII marcha, cuya apoteósica culminación en la ciudad de La Paz puso de manifiesto la inviabilidad de un proyecto estatal de contenidos dominantemente aimaras, plantea una interrogante: ¿qué determinó tan contundente victoria, a pesar de su condición de minoría en todo sentido? La respuesta diría: su condición indígena.
En efecto, el apoyo masivo que recibió la marcha mostró que su condición indígena lo habilitaba como el único movimiento social interpelatorio al régimen actual. La penosa marcha logró lo que la oposición política y la frustración de las clases medias no consiguieron por ningún medio, esto es, interpelar la hegemonía aimara claramente visible en el proyecto estatal del Movimiento Al Socialismo (MAS). Esta capacidad le viene dada por la naturaleza de la matriz histórica que construye el régimen a partir de la toma del poder. Me explico.
Evo Morales expresa la culminación del Estado de 1952. La matriz histórica del nacionalismo revolucionario arroja con él su producto final y por su intermedio abre una nueva matriz histórica sobre la base de los postulados epocales del Movimiento Nacionalista Revolucionario, particularmente, sobre la bullada “liberación del indio”, que fue, a todas luces, un intento fallido o, en el mejor de los casos, ejecutado a medias. El MAS inaugura un proyecto estatal que se nos muestra como la resultante de los procesos que el nacionalismo revolucionario había dejado truncos, y, en ese sentido, no es más que el hijo extraviado del MNR, hoy vuelto al redil decidido a culminar la obra inconclusa del populismo movimientista del siglo pasado.
Su retorno, empero, adolece de un síndrome crónico de parcialidad al concebir la nueva matriz como un escenario de poder de exclusividad aimara, dejando atrás las justas reivindicaciones de 35 estructuras étnicas y un vasto mestizaje criollo. Los indígenas de tierras bajas encarnan en ese sentido la negación de un proyecto que los excluye, y al hacerlo abre la posibilidad de que el mestizaje, groseramente negado por el Estado aimara, sume fuerzas claramente manifiestas en el recibimiento que la ciudadanía paceña ofreció a los indígenas del Tipnis en la VIII marcha.
El éxito de un puñado de campesinos de tierras bajas se explica por su condición de indígenas, única cualidad que la matriz histórico-ideológica inaugurada por el MAS metaboliza como estructura de poder viable, de ahí que la denodada oposición mestiza, a pesar de su valiente enfrentamiento, nos deja la impresión de haber arado en el desierto, de hecho, su capacidad de efecto estatal suma cero.
Sociológicamente deberíamos partir del reconocimiento tácito de que la sociedad boliviana funciona ahora sobre una matriz histórica diferente, en la que las grandes batallas se libran con el objetivo de transformar un proyecto estatal aimaro-centrista, casi teocrático, en un Estado verazmente pluricultural y democrático.
En efecto, el apoyo masivo que recibió la marcha mostró que su condición indígena lo habilitaba como el único movimiento social interpelatorio al régimen actual. La penosa marcha logró lo que la oposición política y la frustración de las clases medias no consiguieron por ningún medio, esto es, interpelar la hegemonía aimara claramente visible en el proyecto estatal del Movimiento Al Socialismo (MAS). Esta capacidad le viene dada por la naturaleza de la matriz histórica que construye el régimen a partir de la toma del poder. Me explico.
Evo Morales expresa la culminación del Estado de 1952. La matriz histórica del nacionalismo revolucionario arroja con él su producto final y por su intermedio abre una nueva matriz histórica sobre la base de los postulados epocales del Movimiento Nacionalista Revolucionario, particularmente, sobre la bullada “liberación del indio”, que fue, a todas luces, un intento fallido o, en el mejor de los casos, ejecutado a medias. El MAS inaugura un proyecto estatal que se nos muestra como la resultante de los procesos que el nacionalismo revolucionario había dejado truncos, y, en ese sentido, no es más que el hijo extraviado del MNR, hoy vuelto al redil decidido a culminar la obra inconclusa del populismo movimientista del siglo pasado.
Su retorno, empero, adolece de un síndrome crónico de parcialidad al concebir la nueva matriz como un escenario de poder de exclusividad aimara, dejando atrás las justas reivindicaciones de 35 estructuras étnicas y un vasto mestizaje criollo. Los indígenas de tierras bajas encarnan en ese sentido la negación de un proyecto que los excluye, y al hacerlo abre la posibilidad de que el mestizaje, groseramente negado por el Estado aimara, sume fuerzas claramente manifiestas en el recibimiento que la ciudadanía paceña ofreció a los indígenas del Tipnis en la VIII marcha.
El éxito de un puñado de campesinos de tierras bajas se explica por su condición de indígenas, única cualidad que la matriz histórico-ideológica inaugurada por el MAS metaboliza como estructura de poder viable, de ahí que la denodada oposición mestiza, a pesar de su valiente enfrentamiento, nos deja la impresión de haber arado en el desierto, de hecho, su capacidad de efecto estatal suma cero.
Sociológicamente deberíamos partir del reconocimiento tácito de que la sociedad boliviana funciona ahora sobre una matriz histórica diferente, en la que las grandes batallas se libran con el objetivo de transformar un proyecto estatal aimaro-centrista, casi teocrático, en un Estado verazmente pluricultural y democrático.
* Sociólogo